dissabte, 28 d’agost del 2010

...

Miré al frente compeltamente incapaz de asimilar la imagen. Los bordes de mi visión estaban teñidos de un puntillaje desigual de colores en escala de gris. El medio de ésta era una masa blanca con una enorme mancha negra, a modo de diana, como si esperara para que un dardo fuera encajado en su centro. Las piernas me temblaban, inestables, sin poder aguantar ni siquiera su propio peso. Los brazos me rodeaban la cintura temerosos de que, si dejaban de aplicar presión, mi menudo cuerpo fuera a desmenuzarse en pequeños trocitos. Las manos estaban agarrotadas, acabados en unos dedos tensos que estiraban mi ropa húmeda. El pelo me colgaba lacio rozando los hombros y, en otra ocasión, podría haber dicho que cosquilleándome la piel. Mis mejillas estaban mojadas en una sustancia más o menos salada, contaminada por un color negro insano. Mi boca estaba contraída en una amarga mueca, presa de dolor e incomprensión, a medio camino entre una sonrisa y un desconsolado llanto.

Poco a poco fui cediendo y acabé en el suelo, la cabeza entre las rodillas, conteniendo las náuseas. Los gemidos, ya liberados de la prisión de silencio que había creado, escaparon entre los dientes muy apretados. Las lágrimas caían ampliamente, en cascada, en río y en torrente, sobre la piel maltrecha de mi cara. Las manos ahora me apretaban la sien, incapaz de aguantarse a sí misma tratando de caer en un pozo sin fondo.

Muy atrás de su mente, muy atrás de sus pensamientos, muy atrás de sus emociones, muy atrás de sí... quedaba la última frase resonando entre todos los rincones de su ser:

-No quiero saber nada más de ti. Jamás.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada