dilluns, 28 de febrer del 2011

Fenrir.

Cruzáronse las más bellas maldades bajo aquella noche maldita. Engendróse el fruto del Oscuro Dios y ella la Giganta. Nació, bajo la Luna, el Ser que hubiere debido destruir este mundo y así por siempre, quedóse su vida decidida.

Cachorro fue en este mundo. Corrió libre por los prados, allí donde el sol apenas acariciaba su pelaje de perlas negras. Forjóse su voluntad de sangre inocente y viento fresco. Lobezno en cría, vivió él de solitarias presas y abundantes aullidos. Tornóse, de cada vez a más, una bestia cruel y sangrinaria; y creció él, alentado del espíritu de sus antepasados.

Irremediable parar su poder, veían los Dioses. Aprisa se dieron en forjar una primera cadena. Ella lo detendrá, ella será su prisión. Por años mantendróle en infinita paz. Mas cuando los eslabones ya se ceñían sobre la salvaje piel del animal, con un aúllido infernal se liberó. Y sin demora, los Sabios crearon la siguiente, Droma que debiere haber realizado la misma función. Cuando en poco intentaron repetir el proceso, la bestia alzóse con gran potencia como un ser humano. El acerado brillo dorado de sus ojos desafió el divino poder. Aquí yacerás, monstruo, pues éste será tu destino final. Mas equivocáronse los Dioses, pues el lobo jamás pudieron apresar.

El nombre de la bestia que resonó por la tierra quedóse grabado en todas sus mentes. Fenrir, el gran lobo, debiere marcar el final a la llegada del Ragnarök. Y así, con más urgencia, decidiéronse los Dioses a servirse de la ayuda de los enanos. Una cadena irrompible tuvieron que crear. En la difícil encomienda, los Artesanos buscaron los mayores materiales. Usáronse la pisada del gato, la barba de la mujer, las raíces de la montaña, los nervios del oso, el soplo del pez y la saliva del pájaro. De aquéllo, como un bendito milagro, nació Gleipnir. Suave, sedosa, la frágil banda que al Diablo debiera encerrar.

De la trampa sirviéronse al lobo. Propusiéronle un seductor juego: la bestia se dejaría encadenar con la lívida cinta, si pudiéndola romper, él se reafirmaría de su poder. Mas el Can no estuvo satisfecho con el juego y a prueba de confianza quiso que un Dios expusiera la mano en su boca durante todo el proceso. Así Tyr, valiente Dios de la guerra y la batalla, colocó su brazo entre las fauces de la bestia.

Al tocar el material con el suave pelaje del animal, éste pudo sentir una cálida sensación finísima. Atáronle en la isla Lyngvi frente al lago Ámsvartnir. Y su aullido recorrió toda la tierra que allí había, al ver que había sido mezquinamente engañado. Sintióse traicionado y así cortó de una dentellada la mano del valiente Dios.

Esperóle allí sentada la gran bestia. Fenrir durmió apresado milenariamente bajo aquella liviana cinta. Mas sólo su cuerpo y su destino saben el fin que su dentadura causará.

dimarts, 22 de febrer del 2011

Ocells dins l'univers

Com l'esperit de la nit que ens ronda els pensaments. Imaginarem el bosc més inmens, els arbres més alts, amb les fulles més verdes, les branques més fortes i el marró més intens. El sol brillarà més alt que mai i, sota la nostra magnitud natural, les ombres cobriran cada centímetre de la nostra pell. La lluna es posarà gelosa i voldrà sortir prest, acompanyada de la seva cort d'estrelles. I cridaran, cridarem i ens sentiran ben fort. Que no som covards, nosaltres. I estimam, clar que sí. Que potser tu ja no t'enrecordes, amor?



Ens escriuen poesies del més enllà. Vénen a buscar-nos i només hi troben llàgrimes. Tendrament ens cobriran de pètals vermells, i aquests es cremaran encenent el foc més lluminós que mai hagem vist. Les espurnes s'apagaran lentament sobre el llac de les nostres ànimes. I en farem una col·lecció, tu i jo, per donar-la als nostres fills més tard. "Sents, amor, com canten els ocells? Són lliures".



Ens creixeran les ales. Volarem molt més lluny d'aquest món. I si trobam altres planetes, no hi voldrem viure. Perquè, nosaltres, som ja lliures. Les nostres plomes serviran l'esperança d'aquells qui ja no en tenen. Ens cercaran, ho crec, i voldran imitar-nos. Quan tot sigui fosc, quan tot sigui negre. Llavors traurem la veu, que se senti ben fort: som aquí, sentiu? Aquest és el bateg del nostre cor.

dilluns, 14 de febrer del 2011

Él y Ella.

Entretanto, se dedicaba a mirar las otras parejas con curiosidad. Y empezaba hablando de sí mismo porque no tenía otra cosa que hacer que tocar la puerta de su cerebro. "Para charlar un rato" solía decirse para tranquilizarse. Pero lo cierto es que, en algún momento de su vida, los engranajes de su pensamiento se habían descolocado amorfamente. "Ahora le queda solo la locura" querían vaticinar las sabias lenguas. Aún así a él le gustaba salir fuera de su casa, sentir el aire, tan fresco y tan puro, acariciando su piel y entonces ponerse a andar. ¿Y adónde iba? Pues mucho no lo sabía. Pero confiaba en que sus pies supieran un camino exacto, un camino increíble. Quería viajar a las mil maravillas, y ver estrellas y ver el sol. Porque el sol es muy bonito, sí, brilla sobre nuestras cabezas. "Y bueno, porque el sol es el sol y hay que verlo alguna vez antes de morir" le gustaba afirmar.

Pero las grandes horas, ella las pasaba quién sabe dónde. Bien podría haber sido un cubil de comadreja o un palacio real. Ella sabía que, de todas formas, eso no tenía mucha importancia. Tenían importancia, pues, los colores dorados y ambarinos. "Me gustan. Son bonitos, ¿no?". Pero para nosotros eran eso: colores y nada más. Y le gustaba con mucha perseverancia el azúcar y la imaginación. "Si sabes sazonar bien tu imaginación con la pizca exacta de azúcar... ¡Oh, qué bonito pájaro!" se despistaba frecuentemente. Y, no se sabe, pero a veces pasaba largos ratos mirando una rama de romero. "Porque huele bien, porque es bonita, porque me gusta". Al final echaba a endar por el sendero de la vida y quién sabe lo que habría encontrado. "Quiero ver la Luna, porque es bonita y plateada. Y el plateado siempre empareja bien con el dorado" solía decir ella.

Al final se encontraron. No sé, quizás las flores que les rodeaban ya habrían previsto algo. O a lo mejor fue cosa del destino, que no está escrito pero que le gusta flotar en el aire. Era casi necesario que se expresara ese ideal de bienestar. "Oh, pero, ¿adónde vamos?" preguntaba ella ensimismada. "Mis pies me llevan a ver el sol" respondía él con seguridad.

diumenge, 13 de febrer del 2011

Cruzarse.

En el punto donde se cruzaban perpendicularmente la forma de mi sombra y la de su sonrisa, estaba él. Era la forma bonita de decir que estaba con él. Dentro de él. En él. Cerca de él. O él, simplemente, que era él. Repetía incesantemente este ejercicio hasta que la palabra "él" ya no tenía sentido para mí. Dos letras, dos sonidos, una palabra. Nada más. Pero estaba en ella oculta algo peor, una verdad, un sentimiento, una vida. Temía eso, temía cómo iba a desencadenarse la guerra.

Quería mirarle a los ojos. Deseaba hacerlo. Quería fundirme en ese chocolate de increíble espesura. Quería acariciar su piel. Quería olerla. Quería notarla. Quería sentirla. ¿Dónde estoy? Le miraba muy fijamente. Sabía que si él me lo pedía, yo dejaría el mundo. Sabía que si me lo susurraba al oído, yo me mataría. Sabía que si me besaba con un "ámame" en los labios, yo le entregaría para siempre mi cordura. ¿Dónde estoy?

Volví a empezar. "Cuenta lentamente, de 100 hacia atrás". No, espera, ¿qué viene después del 100? Empecemos otra vez. Empecé quinientas veces más hasta que mi mente pudo centrarse. Todo daba vueltas. Allí estaba yo, allí estaba él. "Espera, vuelve a contar. 100, 99, 98... Empecemos de nuevo". Otra pérdida de los números. ¿Dónde estoy? ¿Dónde estás?

Ahora se separaban casi paralelamente la sombra de mi sonrisa y la forma de su sombra. Espera, estamos al revés. Bueno, no importa. Crucémonos de nuevo.

dijous, 10 de febrer del 2011

Su.

Sus ojos tenían el más dulce de los matices. Eran ramas de árboles secos de inviernos, de fina madera marchita. Eran los jóvenes pinos que cubrían toda la extensión de la isla, con el fuerte marrón de su corteza reluciendo bajo un sol de verano. Eran todos los cielos grises que hemos visto. Eran las nubes esponjosas de primavera y las frágiles nocturnas. Eran las lluvias de otoño que tornaban las calles dos tonalidades más oscuras. Sus ojos eran aquel prado soñado por todos los pintores idealistas. Y, si te fijabas bien en ellos, sus ojos eran sólo sus ojos. Suyos y de nadie más.

Su piel era la calidez del sol. Era la suavidad de la seda, las caricias del más pasional de los enamorados. Era un recordatorio de las postales de Navidad donde todo perdura eternamente jovial. Fuera, quizás, una sensación tan intangible como el tañido de la más pura de las campanas. Más allá de ella, era su piel un conjunto de cuero tenso, cáliz y un refresco con hielo. Era, pues, su piel. Y sólo suya y de nadie más.

Y su olor era la intensísima fragancia de lavandas. Era la maravilla del sudor tras horas y horas de deporte, la ducha fría helándote las entrañas y el agua resbalando, lentamente, por tus dedos. Era, así, la notoria presencia del amor en el aire, los dulces besos que se sueltan a distancia y aquellos libros que no debíamos haber abierto. Era la pasión de todas las noches uniéndose en una. Era, entonces, su olor y de nadie más.

dimarts, 8 de febrer del 2011

Soledad.

La marca de la irregular deformación se veía claramente impresa en su rostro. Era como un fantasma, siguiéndola siempre, fuere donde fuere. De lejos, era como una mancha oscura en la visión de aquella criatura. De cerca, simplemente normalidad.

Se acercó al espejo de la pared. Sentía la respiración pesada, como si sus pulmones debieran mover agua en vez de aire. Se movía con precaución: un aspaviento precipitado podría disolver todo el valor que había reunido para la ocasión. Para ella era "la Gran Ocasión". Ahora sí, se plantó delante: veía una chica normal, nada fuera de lo común, nada fuera de lugar. Comenzó a desvestirse. La tela acariciaba agresivamente su piel, dejándole rojeces hinchadas. Estaba desnuda frente la superficie de metal pulido. Una delgada y extraña criatura la miraba mezcla de asombro y curiosidad. ¿De quién eran esos ojos marrones? Acarició su mejilla a través del espejo. Ella agradeció el gesto con una sonrisa de dientes extraños. Se sentaron encarándose con movimientos imitativos. A la criatura se le marcaban mucho los huesos, mostrándose como una débil estructura bajo su piel. El pelo le caía lacio sobre la frente. La deformidad se mostraba en las extrañas curvas de su cuerpo. Le pareció gracioso. Ella se rio, acompañada del sonido sordo de la criatura. De golpe, se acercó, besándola. Y ella la besó también. Se besaron a través del frío material.

Cuando volvió a vestirse, estaba llorando. Debía de haber llorado durante mucho rato, pues sus mejillas estaban húmedas y sus ojos hinchados. Miró el espejo. Estaba sola. Lloraba sola.

diumenge, 6 de febrer del 2011

Sueños.

Solo tenía ganas de acercarse a él, besar su sonrojada mejilla y apoyar la cabeza en el hueco de su cuello. Era, quizás, el deseo más puro y sencillo que flotaba dentro de su atolondrada cabeza. Quería pasar una eternidad junto a él resumida en dos minutos de un abrazo cálido. Por algún casual, le hubiera gustado poder mirar sus intentsos ojos verdes. Solo habría querido perderse en el inmenso bosque que rodeaba sus pupilas. Pero en vez de eso, ella esperaba arrinconada cerca del andén del tren. Estaba rodeada de personas. El lugar estaba atestado, tanto, que ella podía oler cada uno de los perfumes que allí se mezclaban. Creaban un amargo olor indefinido que sólo servía para confundir y marear la nariz. Pero le daba igual, podía aguantar eso y más. Ella seguía pensando en su chico, en lo que debía de estar haciendo en ese momento. Se perdía en las mil divagaciones que sólo el amor puede crear.

El viaje se le hizo eterno. Esperaba sentada, cerca de los ronquidos de una señora mayor y del jugueteo constante de una pareja joven. Pero ella miraba por la ventana, viendo el paisaje pasar a toda velocidad, convencida de que así llegaría a su destino más pronto. En realidad, el tiempo no tenía ningún interés ahora, sólo le importaba la fe de que era una etapa transitoria. Sin ninguna relevancia, iba a llegar. La otra estación de tren no era mucho mejor. La gente se arremolinaba en las salidas, esperando familiares y amigos. Y ella tenía que andar todavía un buen trecho.

Al final estuvo delante de la puerta de madera. Tenía que golpearla, se abriría en cuestión de segundos y habría "llegado". Respiró hondo, la proximidad de la naturaleza, de aquella casa y de las nubes, alteraba su sangre. Pero le gustaba esta sensación, le recordaba que estaba viva. Viva de verdad. Una vez dentro, la oscuridad la inundó como una ola lo hace con una caverna submarina. Le faltaban pocos pasos, sólo un poco más. Otro poco más. Se encontró con la última habitación. Debía pasarla. Sólo eso. Una puerta más y...

El contraste con la luz ambiental la asustó y cegó momentáneamente. Pero sí, estaba allí. Sentado en su butaca habitual, leyendo un libro cualquiera, con el pelo alborotado tapando sus facciones. Era él, sin duda.

Cuando se levantó de la cama, el sudor perlaba sus mejillas. Estaba llorando de nuevo, perdida en las ensoñaciones que la traían hasta él. Pero él no iba a volver. Jamás.

dimarts, 1 de febrer del 2011

Oro.

El ambarino líquido resbaló por su piel demostrando cierta viscosidad. Poco a poco, los recovecos de su cuerpo fueron tiñéndose de ese brillante material que tanto llamaba la atención. Disfrutaba con un contacto tan ínfimo, tan puro y tan sucio a la vez. Incluso en la más negra noche, ahora, tu figura habría resplandecido como el sol. Te encanta esta sensación, esta extraña irrealidad que te da un enorme poder. Sabes que puedes serlo todo, que puedes servirte del mundo y sus habitantes. Puedes dominarlo. Puedes llegar a lo más alto. Y todo por este metal bello. Todo por este oro.

Las colinas han sido devastadas, poco a poco. La tierra se ha salido de sus cuencas primitivas. Los árboles han sido quemados, han muerto ahogados en el egoismo humano. Las especies animales poco a poco son erradicadas, fustigándolas continuamente con su destrucción. Los ecosistemas se debilitan. El cielo ya no es azul. El campo ya no es verde. Las nubes no son blancas. El agua ya no es transparente. No hay nada más quel a inconsciencia humana. Sólo esto, destrucción y confusión.

¿Por qué? Por un poco más de oro.

diumenge, 30 de gener del 2011

Nubes de azúcar.

Cuando le miré, su sonrisa se deshilachó hasta convertire en una fina línea, mezcla de incredulidad, remordimientos y tristeza. En cualquier otro momento de mi vida, habría sentido compasión por esa persona que, una vez más, no era capaz de mirarme sino al alza. Quería mentir para poder gritarle, para poder gritarle que ya lo había olvidado todo, que no era nada para mí, que no era nada para nadie. Y aún más, quería mentir para secar las lágrimas que se atragantaban en mis ojos. Pero sólo era capaz de observar el contorno de su cara, el brillo de sus ojos, los mechones de su pelo, la textura de su piel. Cualquier otro movimiento que hubiera hecho, podría haberse adelantado a mí, podría haber adivinado lo que sentía. Pero no fue así. Se limitó a mirarme, con su dulce cara de pena e intentó componer otra sonrisa para mí. Sólo para mí. Únicamente para mí. Me lancé a sus brazos desesperadamente, y si le mentí no lo recuerdo. Pero yo quería eso, quería ese amor, esa ternura, esas nubes de algodón de azúcar.

dimarts, 18 de gener del 2011

Crudeza de noches de invierno

Cuando se levantó, con ese deje de melancolía, encendió la calefacción. No le gustaba abrir las persianas y ver la luz; eso todavía le deprimía más. Solía tomarse un vaso de leche como desayuno, despés de su habitual ducha de agua hirviendo. Luego arreglaba su imagen frente a un espejo destartalado y contaba mentalmente sus quehaceres. Por último, tomaba aliento delante de la puerta y salía a su rutina matutina. Pero esa vez fue distinto. Podría haber pensado que no necesitaba su ducha; algo inusual, pero factible. Incluso uno podría decirse a sí mismo que aquella fría mañana no tenía hambre. Pero iba mucho más allá.

La cruda noche de invierno le habría proporcionado las mayores pesadillas que se pudieran imaginar. Todo comenzaba con un sueño imposible de dos personas que, a pesar de la proximidad, son separades miles de kilómetros. De allí nacían los sentimientos más fuertes y frágiles jamás vistos. Las cuerdas se tensaban cada vez que uno de los dos amantes, daba un paso en sentido contrario. ¿Llegarían a romperse? Los sueños no querían revelar los finales de las películas. No siempre son felices. No eran felices, pero no podían hacer nada más. Día tras día, la situación se volvió insostenible. Entonces los hilos se rompieron y el camino se difuminó. Todo se tornó negro y el mundo fue invisible detrás de las cortinas. ¿Dónde estás? ¿Dónde estoy? ¿Dónde estás? ¿Dónde estoy? ¿Dónde estás? ¿Dónde estás? Dónde... estás... tú... .

Al abrir la puerta, respiró el rico aroma del rocío madrugador. Olía bien. Miró la calle inquieta. Nadie la iba a ayudar.

dilluns, 17 de gener del 2011

La soledad de un día de lluvia

Las gotas de agua manchaban los cristales y enfriaban el ambiente. Dentro de la casa, la calefacción seguía luchando contra ellas, calentando la estancia a límites insoportables. Lo quería así, pues el frío había calado tan hondo en mí, que ni estando en el desierto podría habérmelo quitado. Me refugiaba en una mullida manta de lana. Miraba cómo la lluvia seguía cayendo; con cada trazo, una respuesta; con cada respuesta, otra pregunta. No tenía palabras para acabar la cadena que había empezado un año atrás. Cuando pensaba en todo lo que había sucedido, me daba la sensación de estar en una dimensión paralela, una estadía aparte y distante. El vaho había cubierto las ventanas, oponiéndose entre la calle y yo. Alcé el dedo índice para dibujar, comenzando por la figura de una "K". Aparté la mano, incapaz de seguir escribiendo, los trazos de la letra se habían deformado hasta convertirlos en un monstruo amorfo. Escondí la cabeza entre las piernas, intentando huir, intentando no ver, intentando no oír. Pero todo estaba ahí: las letras, los números, los sentimientos, los paseos por las calles vacías, el mundo feliz, el mundo triste. No podría soportarlo durante mucho tiempo más, sabía que debía acabar con todo. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde?

Después de despertar de una horrible pesadilla con perros y lobos, el calor se había apoderado de mi cuerpo, ahora cubierto por una fina capa de sudor. Estaba incómoda. Tenía otra vez la sensación de querer huir. Me acerqué a la estantería de encima del armario, encontrando así una bolsa de cuero negro. La abrí y a mis pies cayó una antigua pulsera de plata. La besé y la escondí de nuevo. Abrí las persianas para ver ocn más claridad. El sol brillaba, pero no para mí.

diumenge, 16 de gener del 2011

Plata

Clavé la aguja hondo en la piel de mi muñeca. Las pocas gotas de sangre que salieron mancharon el instrumento y cayeron sobre la plata, antes pura y reluciente. Quise que tuviera algo de mi esencia, alguna parte que realmente fuera yo, para recordar que todo, en algún extraño momento de mi vida, había sucedido. Sentía esa pequeña pulsera de plata como si fuera un gran corazón palpitante. Habría querido retenerlo entre mis dedos para siempre, sentir ese enorme calor envuelto en una ternura ancestral siempre. Pero cada vez que lo rozaba, él soltaba un gemido agudo. Así siguió deslizándose la sangre por mi muñeca, por la curvatura de mi brazo, hasta llegar a manchar el suelo con gotas irregulares. Yo seguía mirando el brillo de la joya.

La limpié a pesar de haberla ensuciado a propósito. La volví a dejar relucinente para que el grabado de amor que había en la parte delantera, se pudiera leer sin problemas. Había sido un regalo que yo tenía que hacer, pero las circunstancias no me lo habían permitido aún. Amaba ese trozo de metal como amaba a la persona a la que se lo dedicaba. Cuando lo pensé con claridad, el mundo volvió a girar víctima de un tornado incontrolable de emociones. Besé el grabado de plata. Escondí la pulsera en una bolsa de cuero negro. La puse sobre el estante del armario. Una lágrima descendió por mi mejilla.

dissabte, 15 de gener del 2011

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Era la noche más larga y dulce que pudiera recordar. Las calles estaban vacías de gente y llenas de coches. Las estrellas brillaban alrededor de la Luna, que les contaba cuentos de príncipes que vencen dragones. La sencillez del paisaje provocaba en mi corazón una honda respiración de satisfacción. La música que sonaba formaba parte de una oscuridad casi tangible y casi inexistente. La calma era pura.

divendres, 7 de gener del 2011

No acabar.

Esto era el universo antes de que llegáramos nosotros. Un conjunto de brillos sin ningún sentido. Se unían y se separaban, molestos y amándose. Creaban estrellas de siete puntas que siempre señalan al norte. Creaban planetas dispuestos a girar infinitamente. Creaban reyes que ardían a más intensidad que la pasión de las nebulosas. Era un pequeño universo creciendo en constante decepción. Repleto de ternura y envuelto en negrura. Se quería y se entristecía. Pero luego pisaste un planeta, las flores comenzaron a brotar y estallaron en mil colores. Cuando respiraste, el aire se llenó de un oxígeno tan puro como la blancura misma. Cuando tus lágrimas cayeron al suelo, se crearon ríos y mares. Poco a poco, el universo fue tiñéndose de azul y verde. Aquí nos perdíamos.

Yo vine detrás de ti. Cuando pisé, el espacio del cielo adquirió un color turquesa cristalino. Al respirar, llené el vacío de esponjosas nubes. Y cuando lloré, cada lágrimas quedó congelada en un millar de puntos brillantes y hermosos. Nos mirábamos. Aquí estábamos. Esto era nuestro pequeño universo.

Cuando intentaba tocarte, mis dedos mojaban tu cabello verde. No había forma de estar juntos. Cuando querías acariciar mi cuerpo argénteo, tus manos se clavaban en mis costillas. Demasiada lluvia, demasiadas montañas. No podía besar tus labios de ardiente lava. Mis ojos de luna no paraban de observar las corrientes de tus ríos. Aquello era todo y era nada.

Al final, lo hicimos. Un golpe desde arriba y otro desde abajo. El instante en que nuestros cuerpos chocaron la explosión de placer y sensaciones fue enorme. Todo se tornó en un arcoiris de una irrealidad placentera. Pero luego volvió a ser lo mismo. Un pequeño universo amándose y entristeciéndose. Envuelto en negrura para rebosar ternura. Este era nuestro pequeño universo. Nuestra pequeña maldición de no acabar.

dilluns, 3 de gener del 2011

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Ahora dejas tu cigarrillo sobre el cenicero y lo único que eres capaz de hacer es mirar cómo la chispa lo va consumiendo. Su cuerpo se convierte en una amalgama de cenizas grises, hasta que un repentino golpe de viento las deshace. Ahora ya no es nada. Así te sientes tú. El champán sigue burbujeando en su copa, intacta, llena de dorada perfección. Suspiras. Es el momento de mirar hacia atrás y recontar todos los momentos que han pasado por tu cabeza.

Giras la silla hacia la televisión. Coges el mando a distancia y la apagas. Poco a poco, las luces de la pantalla se oscurecen hasta quedar en absoluta calma. El resto de muebles te mira en silencio; casi podrías oír sus respiraciones secretas. La calle ha quedad tapada detrás de unas cortinas de felpa rojo. Te apartas el pelo de la cara y descansas la cabeza sobre las palmas abiertas de tus manos. ¿Qué has hecho? La vista del suelo sucio te deprime. Quieres desaparecer de aquí. Todo esto no tiene sentido. Muy lejos de ti, oyes el llanto de un bebé. Pide ayuda. ¿Quizás es tu hijo?

Tomas tu copa de champán y tu cigarrillo. Doce uvas descansan encima de la mesilla de noche. No puedes cogerlas. Cuánta impotencia.