diumenge, 30 de gener del 2011

Nubes de azúcar.

Cuando le miré, su sonrisa se deshilachó hasta convertire en una fina línea, mezcla de incredulidad, remordimientos y tristeza. En cualquier otro momento de mi vida, habría sentido compasión por esa persona que, una vez más, no era capaz de mirarme sino al alza. Quería mentir para poder gritarle, para poder gritarle que ya lo había olvidado todo, que no era nada para mí, que no era nada para nadie. Y aún más, quería mentir para secar las lágrimas que se atragantaban en mis ojos. Pero sólo era capaz de observar el contorno de su cara, el brillo de sus ojos, los mechones de su pelo, la textura de su piel. Cualquier otro movimiento que hubiera hecho, podría haberse adelantado a mí, podría haber adivinado lo que sentía. Pero no fue así. Se limitó a mirarme, con su dulce cara de pena e intentó componer otra sonrisa para mí. Sólo para mí. Únicamente para mí. Me lancé a sus brazos desesperadamente, y si le mentí no lo recuerdo. Pero yo quería eso, quería ese amor, esa ternura, esas nubes de algodón de azúcar.

dimarts, 18 de gener del 2011

Crudeza de noches de invierno

Cuando se levantó, con ese deje de melancolía, encendió la calefacción. No le gustaba abrir las persianas y ver la luz; eso todavía le deprimía más. Solía tomarse un vaso de leche como desayuno, despés de su habitual ducha de agua hirviendo. Luego arreglaba su imagen frente a un espejo destartalado y contaba mentalmente sus quehaceres. Por último, tomaba aliento delante de la puerta y salía a su rutina matutina. Pero esa vez fue distinto. Podría haber pensado que no necesitaba su ducha; algo inusual, pero factible. Incluso uno podría decirse a sí mismo que aquella fría mañana no tenía hambre. Pero iba mucho más allá.

La cruda noche de invierno le habría proporcionado las mayores pesadillas que se pudieran imaginar. Todo comenzaba con un sueño imposible de dos personas que, a pesar de la proximidad, son separades miles de kilómetros. De allí nacían los sentimientos más fuertes y frágiles jamás vistos. Las cuerdas se tensaban cada vez que uno de los dos amantes, daba un paso en sentido contrario. ¿Llegarían a romperse? Los sueños no querían revelar los finales de las películas. No siempre son felices. No eran felices, pero no podían hacer nada más. Día tras día, la situación se volvió insostenible. Entonces los hilos se rompieron y el camino se difuminó. Todo se tornó negro y el mundo fue invisible detrás de las cortinas. ¿Dónde estás? ¿Dónde estoy? ¿Dónde estás? ¿Dónde estoy? ¿Dónde estás? ¿Dónde estás? Dónde... estás... tú... .

Al abrir la puerta, respiró el rico aroma del rocío madrugador. Olía bien. Miró la calle inquieta. Nadie la iba a ayudar.

dilluns, 17 de gener del 2011

La soledad de un día de lluvia

Las gotas de agua manchaban los cristales y enfriaban el ambiente. Dentro de la casa, la calefacción seguía luchando contra ellas, calentando la estancia a límites insoportables. Lo quería así, pues el frío había calado tan hondo en mí, que ni estando en el desierto podría habérmelo quitado. Me refugiaba en una mullida manta de lana. Miraba cómo la lluvia seguía cayendo; con cada trazo, una respuesta; con cada respuesta, otra pregunta. No tenía palabras para acabar la cadena que había empezado un año atrás. Cuando pensaba en todo lo que había sucedido, me daba la sensación de estar en una dimensión paralela, una estadía aparte y distante. El vaho había cubierto las ventanas, oponiéndose entre la calle y yo. Alcé el dedo índice para dibujar, comenzando por la figura de una "K". Aparté la mano, incapaz de seguir escribiendo, los trazos de la letra se habían deformado hasta convertirlos en un monstruo amorfo. Escondí la cabeza entre las piernas, intentando huir, intentando no ver, intentando no oír. Pero todo estaba ahí: las letras, los números, los sentimientos, los paseos por las calles vacías, el mundo feliz, el mundo triste. No podría soportarlo durante mucho tiempo más, sabía que debía acabar con todo. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde?

Después de despertar de una horrible pesadilla con perros y lobos, el calor se había apoderado de mi cuerpo, ahora cubierto por una fina capa de sudor. Estaba incómoda. Tenía otra vez la sensación de querer huir. Me acerqué a la estantería de encima del armario, encontrando así una bolsa de cuero negro. La abrí y a mis pies cayó una antigua pulsera de plata. La besé y la escondí de nuevo. Abrí las persianas para ver ocn más claridad. El sol brillaba, pero no para mí.

diumenge, 16 de gener del 2011

Plata

Clavé la aguja hondo en la piel de mi muñeca. Las pocas gotas de sangre que salieron mancharon el instrumento y cayeron sobre la plata, antes pura y reluciente. Quise que tuviera algo de mi esencia, alguna parte que realmente fuera yo, para recordar que todo, en algún extraño momento de mi vida, había sucedido. Sentía esa pequeña pulsera de plata como si fuera un gran corazón palpitante. Habría querido retenerlo entre mis dedos para siempre, sentir ese enorme calor envuelto en una ternura ancestral siempre. Pero cada vez que lo rozaba, él soltaba un gemido agudo. Así siguió deslizándose la sangre por mi muñeca, por la curvatura de mi brazo, hasta llegar a manchar el suelo con gotas irregulares. Yo seguía mirando el brillo de la joya.

La limpié a pesar de haberla ensuciado a propósito. La volví a dejar relucinente para que el grabado de amor que había en la parte delantera, se pudiera leer sin problemas. Había sido un regalo que yo tenía que hacer, pero las circunstancias no me lo habían permitido aún. Amaba ese trozo de metal como amaba a la persona a la que se lo dedicaba. Cuando lo pensé con claridad, el mundo volvió a girar víctima de un tornado incontrolable de emociones. Besé el grabado de plata. Escondí la pulsera en una bolsa de cuero negro. La puse sobre el estante del armario. Una lágrima descendió por mi mejilla.

dissabte, 15 de gener del 2011

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Era la noche más larga y dulce que pudiera recordar. Las calles estaban vacías de gente y llenas de coches. Las estrellas brillaban alrededor de la Luna, que les contaba cuentos de príncipes que vencen dragones. La sencillez del paisaje provocaba en mi corazón una honda respiración de satisfacción. La música que sonaba formaba parte de una oscuridad casi tangible y casi inexistente. La calma era pura.

divendres, 7 de gener del 2011

No acabar.

Esto era el universo antes de que llegáramos nosotros. Un conjunto de brillos sin ningún sentido. Se unían y se separaban, molestos y amándose. Creaban estrellas de siete puntas que siempre señalan al norte. Creaban planetas dispuestos a girar infinitamente. Creaban reyes que ardían a más intensidad que la pasión de las nebulosas. Era un pequeño universo creciendo en constante decepción. Repleto de ternura y envuelto en negrura. Se quería y se entristecía. Pero luego pisaste un planeta, las flores comenzaron a brotar y estallaron en mil colores. Cuando respiraste, el aire se llenó de un oxígeno tan puro como la blancura misma. Cuando tus lágrimas cayeron al suelo, se crearon ríos y mares. Poco a poco, el universo fue tiñéndose de azul y verde. Aquí nos perdíamos.

Yo vine detrás de ti. Cuando pisé, el espacio del cielo adquirió un color turquesa cristalino. Al respirar, llené el vacío de esponjosas nubes. Y cuando lloré, cada lágrimas quedó congelada en un millar de puntos brillantes y hermosos. Nos mirábamos. Aquí estábamos. Esto era nuestro pequeño universo.

Cuando intentaba tocarte, mis dedos mojaban tu cabello verde. No había forma de estar juntos. Cuando querías acariciar mi cuerpo argénteo, tus manos se clavaban en mis costillas. Demasiada lluvia, demasiadas montañas. No podía besar tus labios de ardiente lava. Mis ojos de luna no paraban de observar las corrientes de tus ríos. Aquello era todo y era nada.

Al final, lo hicimos. Un golpe desde arriba y otro desde abajo. El instante en que nuestros cuerpos chocaron la explosión de placer y sensaciones fue enorme. Todo se tornó en un arcoiris de una irrealidad placentera. Pero luego volvió a ser lo mismo. Un pequeño universo amándose y entristeciéndose. Envuelto en negrura para rebosar ternura. Este era nuestro pequeño universo. Nuestra pequeña maldición de no acabar.

dilluns, 3 de gener del 2011

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Ahora dejas tu cigarrillo sobre el cenicero y lo único que eres capaz de hacer es mirar cómo la chispa lo va consumiendo. Su cuerpo se convierte en una amalgama de cenizas grises, hasta que un repentino golpe de viento las deshace. Ahora ya no es nada. Así te sientes tú. El champán sigue burbujeando en su copa, intacta, llena de dorada perfección. Suspiras. Es el momento de mirar hacia atrás y recontar todos los momentos que han pasado por tu cabeza.

Giras la silla hacia la televisión. Coges el mando a distancia y la apagas. Poco a poco, las luces de la pantalla se oscurecen hasta quedar en absoluta calma. El resto de muebles te mira en silencio; casi podrías oír sus respiraciones secretas. La calle ha quedad tapada detrás de unas cortinas de felpa rojo. Te apartas el pelo de la cara y descansas la cabeza sobre las palmas abiertas de tus manos. ¿Qué has hecho? La vista del suelo sucio te deprime. Quieres desaparecer de aquí. Todo esto no tiene sentido. Muy lejos de ti, oyes el llanto de un bebé. Pide ayuda. ¿Quizás es tu hijo?

Tomas tu copa de champán y tu cigarrillo. Doce uvas descansan encima de la mesilla de noche. No puedes cogerlas. Cuánta impotencia.