dilluns, 17 de gener del 2011

La soledad de un día de lluvia

Las gotas de agua manchaban los cristales y enfriaban el ambiente. Dentro de la casa, la calefacción seguía luchando contra ellas, calentando la estancia a límites insoportables. Lo quería así, pues el frío había calado tan hondo en mí, que ni estando en el desierto podría habérmelo quitado. Me refugiaba en una mullida manta de lana. Miraba cómo la lluvia seguía cayendo; con cada trazo, una respuesta; con cada respuesta, otra pregunta. No tenía palabras para acabar la cadena que había empezado un año atrás. Cuando pensaba en todo lo que había sucedido, me daba la sensación de estar en una dimensión paralela, una estadía aparte y distante. El vaho había cubierto las ventanas, oponiéndose entre la calle y yo. Alcé el dedo índice para dibujar, comenzando por la figura de una "K". Aparté la mano, incapaz de seguir escribiendo, los trazos de la letra se habían deformado hasta convertirlos en un monstruo amorfo. Escondí la cabeza entre las piernas, intentando huir, intentando no ver, intentando no oír. Pero todo estaba ahí: las letras, los números, los sentimientos, los paseos por las calles vacías, el mundo feliz, el mundo triste. No podría soportarlo durante mucho tiempo más, sabía que debía acabar con todo. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde?

Después de despertar de una horrible pesadilla con perros y lobos, el calor se había apoderado de mi cuerpo, ahora cubierto por una fina capa de sudor. Estaba incómoda. Tenía otra vez la sensación de querer huir. Me acerqué a la estantería de encima del armario, encontrando así una bolsa de cuero negro. La abrí y a mis pies cayó una antigua pulsera de plata. La besé y la escondí de nuevo. Abrí las persianas para ver ocn más claridad. El sol brillaba, pero no para mí.

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