divendres, 7 de gener del 2011

No acabar.

Esto era el universo antes de que llegáramos nosotros. Un conjunto de brillos sin ningún sentido. Se unían y se separaban, molestos y amándose. Creaban estrellas de siete puntas que siempre señalan al norte. Creaban planetas dispuestos a girar infinitamente. Creaban reyes que ardían a más intensidad que la pasión de las nebulosas. Era un pequeño universo creciendo en constante decepción. Repleto de ternura y envuelto en negrura. Se quería y se entristecía. Pero luego pisaste un planeta, las flores comenzaron a brotar y estallaron en mil colores. Cuando respiraste, el aire se llenó de un oxígeno tan puro como la blancura misma. Cuando tus lágrimas cayeron al suelo, se crearon ríos y mares. Poco a poco, el universo fue tiñéndose de azul y verde. Aquí nos perdíamos.

Yo vine detrás de ti. Cuando pisé, el espacio del cielo adquirió un color turquesa cristalino. Al respirar, llené el vacío de esponjosas nubes. Y cuando lloré, cada lágrimas quedó congelada en un millar de puntos brillantes y hermosos. Nos mirábamos. Aquí estábamos. Esto era nuestro pequeño universo.

Cuando intentaba tocarte, mis dedos mojaban tu cabello verde. No había forma de estar juntos. Cuando querías acariciar mi cuerpo argénteo, tus manos se clavaban en mis costillas. Demasiada lluvia, demasiadas montañas. No podía besar tus labios de ardiente lava. Mis ojos de luna no paraban de observar las corrientes de tus ríos. Aquello era todo y era nada.

Al final, lo hicimos. Un golpe desde arriba y otro desde abajo. El instante en que nuestros cuerpos chocaron la explosión de placer y sensaciones fue enorme. Todo se tornó en un arcoiris de una irrealidad placentera. Pero luego volvió a ser lo mismo. Un pequeño universo amándose y entristeciéndose. Envuelto en negrura para rebosar ternura. Este era nuestro pequeño universo. Nuestra pequeña maldición de no acabar.

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