dimarts, 26 d’octubre del 2010

Cuenta atrás.

Las olas de dolor sacuden mi pecho. A veces creo que es imposible dejar de temblar. Tengo un momento de calma, la mente se me queda en blanco e incluso podría pensar con claridad. Pero es ínfimo, y en cuestión de segundos noto que el mundo se me viene encima de nuevo. Es una sensación horrible: como si todo se agrietara, como si quedaras suspendida, atada por un hilo que se hunde más y más en tu piel. Magullándote. Lacerándote. Matándote. Hay veces que el daño es tan grande, que es indescripitble. Pero es real. Lo tienes ahí, acuchillando tu pecho.

No he abierto nada. Desde la M, pasando por la P, por la T y la Y. Me da miedo las palabras que pueda encontrarme. Tengo que esconderme. Me pican las muñecas. Me escuecen las heridas. Toso. Cuesta respirar. Cuesta calmarse. Cuesta dejar de llorar. Me siento como en una cuenta atrás. Cada vuelta que da el minutero, es una vuelta menos de vida. No sé a qué Dios rogar.


"Otra vez no, por favor."

Dos gotas de sangre.

Aparté la vista de mis deberes de armonía y miré la pared que quedaba delante de mí. Sobre ella, en un saliente, descansaban el pintauñas negro y la acetona. A su lado había una estatua decorativa de una lagartija, con su hija menor al lago. De la cola del pequeño dragón, colgaba un viejo reloj, regalo de mi madre. La lámpara estaba al lado, girada hacia la blanca superfície, pues su luz intensa me dañaba los ojos. La mesa era un revoltijo de papeles, bolígrafos y demases. Tenía el ordenador portátil a un lado, cerrado. Ni siquiera lo había abierto para escuchar música. A la izquierda, quedaba una cajonera de cuando era más pequeña, compuesta por pequeños habitáculos con pomos de pies y manos. Sobre ella, más desastre.

Arrastré la silla por el suelo, un viejo trasto restaurado y tapizado por mis padres. Produjo un sonido agudo y desagradable. Me puse en pie y miré el pasillo. Estaba sola en casa y aquel silencio me incomodaba. Caminando en línea recta, sólo oía el roce de mis pantalones y el eco de mis zapatos contra el suelo. Pasé por la sala, donde el reloj se añadía con un sordo ruído del viejo péndulo. El sofá, desordenado y deshilachado, me miraba con tristeza. Cuando llegué al comedor, volví a arrastrar otra silla y me senté en ella. A mi lado había una bolsa de chuches, la abrí y saboreé una. No me gustaba especialmente el dulce, pero debía reconocer que las gominolas eran mi debilidad.

Volví a mirar al frente. Ahí estaban, muy lejos de toda la casa, mis peces. Dos pequeños animales completamente ajenos a la vida humana. Nadaban diariamente en sus 10 litros y bien podrían habérselos aprendido de memoria, si no fueran tan cortitos, los pobres. Tres veces les echaba comida en un día, y tres veces me lo agradecían con coletazos y burbujitas. Quizá fueran muy simples, pero yo los amaba. Sin embargo, la cruda realidad era que, si sacaba uno del agua durante el tiempo suficiente, lo mataría. Y así acabaría su poca existencia, ínfima y mísera. Pero eran mis pequeños amados.

Me levanté de nuevo y me acerqué a la vidriera que daba a mi jardín. Las plantas lo tenían muy fácil, apenas necesitaban sustento y ni siquiera pedían compañía. A la izquierda, pegadas a una pared, estaban las dos jaulas con mis cuatro periquitos. Otros animalitos muy simples, y muy delicados. Cuando tenía que limpiarles sus escasos aposentos, debía cogerlos con las manos. Tener una vida entre tus dedos es gratificante y acongojante. Si aprietas más de la cuenta, ves cómo se extingue lentamente. Maravilloso y terrorífico.

Finalmente llegué a la cocina. Miré el reloj de la pared del fondo, apurada. Debía volver a mis quehaceres y a mi rutina. Sin embargo, me concedí cinco minutos más. Me sabía la estancia de memoria: a mi derecha tenía una roñosa mesa que apenas servía para acumular botellas de plástico vacío, sostener el microondas y servir cobijo a los garrafones de agua; y a su lado estaba el enorme armatoste que nos servía de frigorífico; a mi izquierda estaba el horno, con los negros fogones encima; continuando en línea recta, descansaban más armarios cubiertos por una placa de mármol gris oscuro; y acababa todo en una pica de metal. Bonita cocina.

Deleitándome con lo que sabía que existía, ya había acabado con mis cinco minutos de tranquilidad. Fui hasta la pequeña e inservible mesa y cogí un cuchillo que descansaba encima. Me costó encontrarlo, el desorden era casi total. Lo sospesé. Lo sospesé durante mucho rato. Me contemplé sobre la pulida superfície de metal, tenía un aspecto lamentable: ojeras, cara de asco, iba despeinada. Y todo podía arreglarse con un simple corte.

Recordé las clases de ética: en esta vida se viene para ser feliz; somos libres de escoger nuestro camino, aunque eso siempre acarree unas consecuencias. Pero era yo quien tenía el cuchillo en las manos, el corazón latiendo fuerte en mi pecho y la respiración agitada. Dos gotas de sangre y podría cambiar todo eso.

dilluns, 25 d’octubre del 2010

Encara.

Encara tinc els llavis plens de sucre de la teva besada. I encara em cremen els ulls del darrer adéu.

divendres, 22 d’octubre del 2010

Mi razón.

El miedo me hiela las manos y el corazón. Y sin ellas no puedo escribir. Y sin corazón no puedo vivir. Sin vida no tengo sentido, y sin sentido no quiero vivir. Porque tú, que cantas a lo lejos, eres mi razón y mi ser.

Ellos.

Buscaba mi corazón desesperadamente. Abrí todos los cajones de mi habitación y volqué todos los papeles. Desordené la ropa de mi armario. Abrí los libros, los tiré al suelo. Removí el zapatero. Miré detrás de la televisión, detrás del armario y del frigorífico. Me volví histérica intentando encontrarlo. Pero no hallé nada. Nunca lo hacía. Y nunca estaba cuando lo necesitaba.

Creía que no sería más que un juego. Pero la cosa derivó en algo más que yo no era capaz de controlar. No pretendía alimentar ni el amor ni el odio, sino mantener una relación indiferente. Guardar distancias, por seguridad. Pero, como el fuego propagándose por el bosque seco, la pasión ardió en mí. Y una vez comienza el incendio, apagarlo es sumamente difícil. Pensaba que iba a morir entre tanto calor.

Allí lo perdí. Abrí sus manos con cuidado y temor a asustarle, pero no había nada entre sus dedos. No palpitaba. Le miré a los ojos y traté de comprenderle. Me hablaba, pero yo no podía oírle.

La desesperación subió por mi cuello, convirtiéndose en un amargo alarido de dolor. ¿Dónde estaba? ¿Dónde estaba mi corazón? Sentía un enorme vacío en el pecho. Quería encontrarlo ya. Mi cuerpo, sacudido por temblores, no podía moverse. Tenía que ver, penosamente echada en el suelo, cómo el mundo avanzaba sin yo poder hacer nada. Tenía que contemplarlo aunque no quisiera. Y se llevaban mi corazón.

¿Quién se lo llevaba? ¿Tú? Ellos se lo llevaban.

No more lies.

Cuando te enamoras de una persona tiendes a pensar que es perfecta. La ves y no puedes encontrarle los defectos. Esto no es puramente psicológico, sino un tanto científico. Hay unas hormonas, que tu cuerpo segrega que provocan una reacción química. Dicha reacción te causa el estado de enamoramiento, y en parte cambia tus funciones (suele aumentar el líbido) y en parte modifica tus sentidos (de pronto lo ves todo perfecto). De ahí viene la expresión "No hay química entre nosotros". Puramente científico.

Cuando amas a esa persona puedes pensar que nada va a salir mal. Porque mientras dura, nada sale mal. Todo es perfecto y de color rosa: los besos, los abrazos, las caricias, los susurros, las palabras dulces. Pero luego, poco a poco, va cambiando. Las hormonas dejan de funcionar y, pasados unos meses, aquello que era el paraíso se te acerca más a un infierno. Y si eres tú el que mantiene las ganas, te sientes aún peor. Querer algo y ser inaccesible es un dolor terrible. Te martillea una y otra vez hasta que destruye tu pequeña coracita. Y créeme que no hace falta mucho.

Pero quizás encontré algo aún peor.

Miré al horizonte y pensé: ¿cuántos planetas hay como este? Cerré los ojos, imaginando miles de mundo ligados por una estrella en medio, radiante y única, dando su calor y su esplendor a sus hijos de roca. Nosotros somos sólo uno de ellos. Imaginé cada uno con sus lunas, y cada uno con sus días y sus noches. Y, dentro de todos ellos, personas. Muchas personas, cada una con sus vidas. Pero todas ellas humanas. Abrí los ojos para centrarme en la realidad. Un cielo infinito, un universo infinito, una vida infinito y un amor finito. No todo es eterno, aunque queramos creer que sí.

Me creí las mentiras. Sí, le estaba mirando y pensaba: ¿cómo puede mentir tan bien? No, ni siquiera pensaba eso. Pensaba: ¿cómo puede quererme tanto? Ahora ya no lo pienso. Cuando oí las palabras, pensé que el mundo se destruía. Al principio, fueron grietas que salieron del centro de mi corazón. Luego avanzaron hasta la punta de mis dedos. Mi cuerpo rompió en un terremoto de temblores y sollozos. No sé por qué. Debería haber sabido que me mentía.

Quizás mentir no fuera la palabra. Pero, no hay nadie más aquí. Me siento como un perro. Sucio y abandonado perro. Es imposible escribir el dolor que asesina mi calma. Imposible.

dilluns, 18 d’octubre del 2010

Hoy pienso en ti.

Hoy pienso en ti, mi amor, y miro al horizonte. Porque aquellos minutos que me dedicaste fueron mucho más de lo que podía imaginar. Y hoy creo en ti, amor mío, porque el beso bajo los últimos rayos de sol me encendió la vida. Así que imagino y me dejo llevar por los recuerdos: recorro las amplias calles de la ciudad atestadas de gente, y en ellas la pareja, me cogías de la mano; veo la joyería donde descansaba el collar más bonito que jamás vi, y en él su brillo sobre mi cuello; huelo las rosas que me llegaron en un día tan esperadas, y con amor.

Por pensar me duermo cada noche, con tus ojos mirándome descansar. Tus manos recorren mi cabello suavemente, y entre caricias me cantas tonadas dulces. Oigo los susurros que prometen un futuro mejor, y un futuro juntos es siempre un futuro apetecible. Siento el calor de tu piel abrazando la mía, y en ella me fundo y me excito. Tus labios colman los míos de placeres. Y si duermo es por darte el gusto de ver mi cara, una vez dulce, reposar en tu regazo.

Hoy pienso en ti, mi amor. En todo lo que pudo haber sido, en todo lo que estaba prometido. Y hoy pienso en los regalos que no he llegado abrir. ¿Por qué abrazas a otra? Hoy más que nunca, te amo, mi vida. Porque hoy más que nunca, te extraño, mi amor.

Ojos.

No le miré a la cara. No era capaz. La visión de esos ojos pardos mirándome expectantes, me resultaba demasiado dolorosa. Y aún peor era saber que cuando me girara hacia su rostro, lo único que vería serían dos perlas oscuras y aceradas por el odio. No tenía fuerzas para enfrentarme a eso de nuevo, pero tenía que hacerlo. Aunque trates de huir de los problemas, muchas veces éstos son superiores a tus capacidades. Y te alcanzan. Y son peores que antes.

No sabía dónde esconderme, y eso era lo que quería. No tenía ningún motivo para enfrentarme a ese dolor, encararlo y vencerlo. O simplemente no tenía las ganas de soportarlo de nuevo. Pero estaba allí, amenazándome. Y yo no lo quería.

Tuve que hacerlo. Miré su cara fijamente y me sorprendió encontrar tristeza en aquel bosque sin hojas. Casi podía adivinar las gotas de rocío en las ramas desnudas. Eso habría sido mucho peor al desenlace que yo imaginaba si no hubiera sido por el abrazo. Volver a sentir la piel sobre mi piel y la respiración en mi nuca, me calmó. Me fundí y me convertí en loba por las praderas.

En loba en aquel bosque. En amor en sus ojos.

diumenge, 17 d’octubre del 2010

.

La música sonaba por mis auriculares. Intentaban apartarme del mundo desastroso que veía al otro lado de la ventana. Quería obivarlo, como si no pudiera alcanzarme. Cuando vez desgracias en la televisión, siempre piensas que no pueden pasarte a ti. Porque eres tú y es imposible que te pase nada así de malo. Pues yo pensaba lo mismo, aun teniendo el problema delante, era incapaz de asimilar que eso fuera conmigo. ¿Conmigo? ¿Por qué? Así que me fundía con las notas que sonaban al otro lado de los audífonos y esperaba dormirme, durante mucho rato y muy profundamente. Pero era imposible. El deber me llamaba. Y me encontró.

Furia.

Hacía mucho que no intentaba hablar con alguien cuando sentía que la ira movía mis brazos y mis piernas. Hacía mucho tiempo que no era este sentimiendo de inconformidad, de enfado, de rabia, el que me impulsaba a actuar. Y yo sabía que decir las cosas bajo este mal influjo, siempre conducía a situaciones peores. Luego, ni siquiera el enojo me salvaría de la tristeza y la resignación. Pero aún así, algo bullía en mi interior. Algo más poderoso que el miedo a perderlo todo.

Estrechaba los puños con fuerza, necesitaba concentrarme en algo. Veía los coches pasar delante de mí, y eso me daba rabia. Aunque no sabía por qué. Las personas caminaban tranquilamente, algunas riendo, otras serias, algunas con prisa, otras tranquilamente. Y eso también me molestaba, aunque yo no supiera decir por qué. No había nadie prestándome atención. Y yo la buscaba, pero no quería que hablaran conmigo. Estaba en un estado de incomodidad completo. Y esto también me enfadaba, aunque no supiera por qué. Intenté calmarme, cerrando los ojos y respirando. Dirigí mi mente hacia los números, indiferentes y lejanos. Apreté con fuerza las mandíbulas, esperando no ponerme a gritar en medio de la calle. Sólo volví a la realidad cuando noté el líquido caliente resbalar por mis labios: sangre. Lo que faltaba. La gota que colmó el vaso de mi paciencia.

No sé qué hice durante ese tiempo. No lo sé, era incapaz de pensar en ello, había una pantalla negra delante de mis recuerdos. Lo intenté, me esforcé por visualizar alguna imagen en esas horas oscuras, pero sólo encontraba vacío y malestar. Desperté en una calle lúgubre, teñida de gris. Olía a humedad y tenía frío. Miré mis dedos magullados y saboreé el sabor de la sangre en la boca. ¿Qué había hecho?

V.J.

Los miraba, guitarra en mano, con el corazón en un puño. Y sentía sus voces muy lejos de acá, porque acá estaba mi voz y mi música. Pero ellos aplaudían, de emoción y con cantares de guerra, coreaban mis notas. Yo pensaba en mis niñas, en sus lindos ojos mirándome cada mañana; y ellas, alejadas de la tensión, que reclamaban con palabras de "papá" mi atención. Pero ella estaba allí, mi mijita, entre susurros y besos, sus brazos me rodeaban.

Cuando me dirigí al público, era eso: público y personas. Allá veía mi sueño germinar, allá donde todo iría y posiblemente terminaría. Pero imaginar era la esperanza del pueblo. Y el pueblo prosperaba acá, entre todos. Cuando comencé a cantar, se hizo el silencio. Tuve la certeza de que en Chile, resonaba mi unión. Entonces sí veía las banderas aunándose, porque allí, acá y en todas partes estaba Chile.

dissabte, 16 d’octubre del 2010

Errar.

Sé que m'he equivocat. Jo et mirava a tu, l'estel dels meus ulls, la lluna de les meves nits, el paraigües de la meva pluja, el cel de la meva esperança. Crèia en tu com mai havia cregut en cap persona. I ho tenia ben clar, dins el cor, dins el cap, dins les mans, dins el cos. Però no m'era suficient. I per això divagava entre els carrers. Entre el fems, els cotxes i les persones, esperava trobar-hi alguna cosa més. Algú més com tú. O potser el meu cor, abandonat i aixafat. Però no hi havia res, allà. Enlloc hi podia haver-hi res. I llavors ho vaig comprendre tot: m'havia equivocat. De persona, de lloc i de sentiments. Tu hi eres, es clar que sí, però no on jo volia. No dins els meus braços, no dins el meu cor, no dins la meva ment, no dins els meus llavis. La vida corria a metres de la meva esperança.

Mundo de algodón.

Cogí el diccionario y lo abrí por una página al azar. "Amor". Lo cerré. Lo volví a abrir, escogiendo de nuevo a suertes. "Óleo". Lo cerré. Lo dejé sobre la mesa, me dirigí a la hoja y pensé. No tenía mucho tiempo, tenía que rellenar ese papel. Mi corazón me lo pedía, latido tras latido. Miré el teléfono, que parpadeaba a mi lado. No, no podía dejarme vencer tan rápido. Intenté concentrarme de nuevo en el espacio en blanco. Cerré los ojos y las imágenes me ganaron, muy lejos de poder controlar el torrente de emociones que se venía encima.

Cuando el agua inunda una canoa, lo primero que sientes es un frío muy intenso sobre la piel. Los pelos de los brazos y de la nuca se te erizan, y una sensación de incomodidad acompañada de un escalofrío te recorre la espalda. En ese momento, llegas a saber que algo no va bien. Después, tus ojos captan el desastre: el líquido amenaza con inundar tu embarcación. Y tú estás en ella, sin poder salvarte. Tu mente se mantiene tranquila el tiempo que tarda en asimilar semejante idea. Luego, los pensamientos se funden para dibujar un cuadro lleno de desesperación. Tus manos buscan frenéticamente un lugar donde asirse, mientras tu cerebro trabaja al límite de sus capacidades. Cuando estás bajo el agua, ahogándote, llegan las lágrimas. Algo te retiene a no querer dormir eternamente. No quieres sucumbri a esa oscuridad. Y sientes un terror enorme. Pero el la fuerza del río es demasiado potente, y te arrastra inevitablemente hacia su profunda oscuridad. No valen los recuerdos dulces, ni los de "y si". En tu cabeza no cabe nada más que huir de esa masa que no te deja respirar. Pero, al final, la calma es absoluta. Tu cuerpo se relaja, los músculos se destensan, vuelves a sentir calidez, y una somnolencia extraña cierra tus párpados. No vuelves a abrirlos y no te importa.

Con el dolor emocional pasa más o menos lo mismo. Al principio, no eres capaz de asimilarlo. Luego, la desesperación es muy fuerte. El miedo, el terror, el dolor, se confunden y te confunden. Pero finalmente, la resignación al estado de muerte, te lleva una calma propia. Y entonces es cuando más triste estás. El mundo desaparece; no porque tú quieras huir, sino porque se aleja lentamente pero inexorablemente. No sabes dónde vas a parar, pero vas hacia allí. Con algún objetivo, aunque no lo sepas.

Por eso te miraba de lejos. Quería ir tras de ti, pero el mundo caminaba hacia otra parte. Así que me arrastré con él, desesperando tu rostro. Y luego, volvía a ver las mismas manchas de osucirdad, día tras día. Hasta que la calma propia de la resignación, vino para dar descanso.

Abrí los ojos. La hoja estaba llena, pero mi corazón aún desbordaba emociones. Cerré la puerta de mi habitación, puse la música lo más alta que me lo permitían los altavoces y me metí en la cama. No tenía sentido salir de mi mundo de algodón.

dilluns, 11 d’octubre del 2010

If you love, I'll love.

Ya era casi una costumbre el sentimiento de pesadez en los párpados, la quemazón bajo los ojos, los labios curvados y las manos curzadas. Podía pasar así horas, porque era un estado cómodo -el más tranquilo que había vivido últimamente- y así lo hacía. No me movía. Apenas respiraba. Sólo estaba allí, allí en medio. Lo único que hice fue coger una hoja de papel y un boli, y escribí:

Lo que siento es amor, amor hacia una mujer a la cual jamás podré amar de verdad. La muerte. Espero con impaciencia su llegada desde mi lecho. Yazco inerte, oníricamente, melodiosamente, con la respiración acompasada y se me altera el corazón cuando pienso con qué facilidad puesdo ver su rostro. Un suicidio es la forma más rápida. Pero, por el momento, hoy no quiero morir, Quzá mañana, o quizá no. Pero hoy no. Mi cuerpo resistirá hasta que al fin me den el descanso eterno. Encontraré la paz junto a mi amada.

Releí lo escrito. Me enfadé. Y muy lejos rezaba la canción que jamás se cumpliría:


If you fall I’ll catch, if you love I’ll love. And so it goes, my dear, don’t be scared, you’ll be safe, this I swear.. If you only love me...

diumenge, 10 d’octubre del 2010

Noche perpetua.

El sol moría al otro lado del horizonte. Agonizante estiraba sus naranjas brazos hacia las colosas montañas, tratando de permanecer más en aquella tierra. Por ahí donde se arrastraba, una marca dorado -sangre de reyes, sangre de astro- marcaba el camino. El calor iba yéndose poco a poco, mientras la luz apuraba sus últimos momentos de gloria. Y pronto, como todo empezó, acabó. La noche extendió su gran capa, cubriendo los colosos y los planos. Observaba desde lo alto, con su enorme ojo redondo, eclipsando el corro de visitores brillantes más pequeños. La ciudad, desde arriba, parecía llena de hormigas y hormigón. El ruido, como mil moscas y mil pasos, se apoderaba de lo que debería haber sido una calma absoluta. La luz del hormiguero lidiaba con la luz de la Noche para reinar en la capa de negrura. Y allí arriba me encontraba yo.

Sentada sobre uno de los Colosos, lo miraba todo con curiosidad. La hierba se mecía a mis lados, ajena a toda la tempestad exterior. Las piedras eran grises y monótonas, como lo habían sido toda su vida. Los árboles tenían las raíces marrones y las puntas verdes. No se teñían, como el pelo de las personas. No había tigres allí en medio; sólo un coro de búhos entonando una rica melodía. El mundo era como tenía que ser. Pero allí en medio estaba yo, una presencia que acababa con toda la amrmonía. No era natural que estuviera pisando esas briznas jóvenes, que removiera la tierra y que mirara las luciérnagas. Por eso cogí mi bolsa y rehice el camino hacia mi casa.

Al llegar, hice como siempre. Despaché mi familia con frases cortas y concisas, para no levantar sospechas. Subí las escaleras a trompicones, a punto de caerme, como siempre. Pero, en vez de pararme delante de mi habitación y esconderme en ella -sí, como siempre había hecho- me dirigí al baño. Abrí con cuidado la puerta, respiré, y entré cerrándola detrás de mí. Encendí la luz y, tras cinco minutos de reflexión, llené el lavabo de agua. Metí la cabeza completamente en él, las gotas inundaron mis oídos, mi nariz, mojaron mis labios y mi piel y me hicieron cerrar los ojos. Pensaba ahogarme, quedarme allí hasta volver a ver la Noche perpetua. Pero no tenía valor, así que levanté el cuello, como pude, y me miré al espejo. Me sequé torpemente con una toalla, demasiado fuerte, enrojeciendo mi rostro. Y entonces comencé a llorar, porque no cabía nada más que lágrimas y angustia en mi corazón. Porque todo lo que quería eran aquellas estrellas que ahora brillaban tan lejos. Unos brazos y una calidez tan anhelados y tan alejados. Así que esperé que algo rompiera la monotonía y, por una vez, alguien viniera a ayudarme.

dissabte, 9 d’octubre del 2010

Amor.

Lo pensé, respirando hondo. Aquéllo que me resultaba inalcanzable, porque al fin y al cabo, era todo y nada de lo que podía desear. Como el ídolo perfecto de una película, rodeado por brillantes estrellas y millones de fans. Exactamente como el director de un mundo imperfectamente perfecto. Los rasgos más bellos, la más grande fuerza, la mayor inteligencia. Pero era inalcanzable para la gente como yo. Así que me dedicaba a soñar, a soñar y volar a un universo paralelo donde él me decía "Te amo" y yo moría en sus brazos sin pensar en el más allá. Para luego ver la fantasía interrumpida por un golpe de estudios sobre la mesa, o una brisa suave de una tarde de verano. O un mensaje suyo hacia su pareja.

Es lo más simple que conozco. Y se llama amor, porque la Real Academia Española lo dice. Y wikipedia secunda la moción. Pero eso es una palabra, y lo mío es mucho mayor. Al principio es como un cosquilleo en la punta de los dedos y en el vientre, una sensación que quieres explicar a todo el mundo. Después es algo más íntimo, el momento de "no me bastan los sinónimos para decirte todo lo que te quiero". Deriva en una sensación tan profunda que es casi indescriptible: porque si no lo sientes... no es lo mismo. Y quizás ahora es como una pesadez en el corazón, un dolor interno y un nunca se acabó.

Pequeño imperio.

Este es el mundo que hemos creado. A base de golpes, furia, odio y rencor, hemos construido un pequeño imperio en medio de la nada. Y allí donde veíamos la hierba crecer, las flores abriéndose y los árboles alzando sus hojas a la libertad del viento ahora nos quedan paredes de frío hormigón. Después de todo, la idea de un "futuro mejor" no estaba ajustada a la opinión de todos. Pero es que la voz de Todos ha sido callada, tras silencios y silencios de cadenas. ¿Dónde queda el poder ahora? Se desvaneció entre rendijas, llantos y gritos. Fue arrancado de sus manos, triturado y echado al mar. Y el mar se lo trgó y aún no lo escupe. Porque simplemente se ha perdido. Se ha perdido demasiado.

Cosa extraña parecida a un soneto hecho por un gato atropellado

Dios está en el cielo,
y el Diablo en el infierno.
Pero lo que yo más quiero
en esta Tierra encuentro.

Las hojas son verdes,
azul es el mar.
Y entre estas verdades
¿Qué significa amar?

A paso lento
se avecina la muerte
sin censo.

El cielo decidió
sin pena ni gloria.
Y sin envidia
cayó.

divendres, 8 d’octubre del 2010

Atrás.

Miró hacia atrás, casi sin poder contener las lágrimas. La lluvia comenzaba a caer lentamente, y con ella, descendían las temperaturas. Pero no pareció importarle. Tampoco se daba cuenta del fango que se creaba a sus pies, que le ensuciaba y le marcaba. Sólo tenía ganas de desaparecer detrás de mucha negrura. Mucha, mucha y solitaria negrura. Pero eso era imposible, al menos técnicamente. No pudo más, se tiró contra el suelo y rompió el cielo a gritos de terrible agonía. Se embarró completamente la ropa, y la humedad comenzó a calar hondo en sus huesos. Y en su corazón.

El llanto era espeso, casi tanto como la tierra de debajo de su cuerpo. Y sus sentimientos se movían como entre algún tipo de puré. Le costaba respirar, le había costado calmarse. Y ahora analizaba su triste situación: perdido en medio de ninguna parte, sin nadie. Pensaba matarse allí, llevaba el cuchillo y las pastillas. Ahora tenía dudas, cuando más decidido debería estar. Momentos antes lo había visto bien claro, había repasado veinte veces el movimiento que debía hacer, la fuerza que debía aplicar, cuándo tomarse las pastillas. Ahora veía a su madre regañándole por llegar tan sucio a casa; y ofreciéndole un café caliente y una manta. Veía a su perro moviendo la cola alegremente y pidiendo a ladridos que le dejaran entrar en casa. Veía a Elizabeth que tantas veces le había rechazado, sintiéndose culpable. Y detrás de todo eso, se veía a sí mismo, más solo y más triste de lo que jamás había estado.

Desvaneció lentamente sus pensamientos hasta que sólo quedó uno: quiero morir. Entonces sacó una pastilla y tragó. Cogió el cuchillo y, con la punta, rasgó hasta la mitad del antebrazo. La sangre, un contraste rojo y caliente entre toda aquel agua y frío, resbaló por su piel. Se tomó otra pastilla. Se arañó el otro brazo.

Entonces comenzó a gritar y a llorar de nuevo. Que aquello no era justo, pero era su vida. Bueno, había sido su vida.

dimarts, 5 d’octubre del 2010

Momento comprometido.

Descansaba sobre su pecho, abrazada cálidamente. Y ahora respiraba también pesadamente. El vaivén de su pecho se tornó igual que el mío. Le miraba desde un ángulo difícil y, tapada entre anchas ropas y sus brazos, sólo acertaba a ver su pelo oscuro y su tez clara. Me recordaba a la técnica del claroscuro, como un cuadro matizado sólo por los colores del fondo. O a una vieja película de amor. Podría haberme quedado allí durante una eternidad, y repetir incesantemente sin cansarme nunca. Era incapaz de apartar los ojos de los suyos, que estaban cerrados, pero yo los imaginaba: marrones y mirándome. Me picaban las costillas y el pelo me cosquilleaba la nariz, pero no quería moverme por temor a despertarle. El silencio era casi absoluto, sólo mancillado por el ruido ronco de mis suspiros y los coches pasando por la calle. La luz era ínfma, pues las persianas estaban puestas y el día estaba nublado. Me gustaba estar así, la verdad era que no necesitaba nada más. Era feliz, en cierto modo.

Pero de pronto, la musiquita de mi móvil rompió la magia de la sencillez. Él gimió molesto y quitó los brazos de encima de mí para que pudiera contestar la llamada. Cogí el aparato, suspiré y pulsé la tecla verde:

-¿Aló? -contesté apartándome el pelo de delante de la cara.

Él volvió a abrazarme por la cintura y me atrajo hacia sí. Sonreí para mis adentros. Besaba mi pelo suavemente mientras yo tenía que callarme murmuos de placer.

-Sí, por supeusto. Soy yo, ¿qué quieres? Ah, ya -me costaba atender.

Se acercó más hacia mí, apartando los mechones rebeldes de mi pelo, bajando lentmente sobre mi cuello con su lengua. Me estremecí.

-Ay, perdona, ¿podrías repetir lo último? -ni siquiera prestaba atención a la voz que sonaba por el otro lado del auricular.

Besó mi clavícula con dulzura y paciencia mientras esperaba a que dejara de hablar. Acariciaba mi cadera cuando comenzó a tirar de la ropa juguetonamente hacia arriba. E ronroneo de placer que guardaba en mi gargante se escapó.

-No, no fue nada. Estoy... ocupada. Sí, hablamos luego. Claro ya te llamaré. Adiós -atajé, mientras pulsaba la tecla para apagar el móvil.

-Graciasssss, mmmm -me murmuró cerca de mí, demasiado cerca, haciéndome vibrar con su voz.

Mordió mi hombro, descubriendo bajo la ropa parte de él. Seguía acariciándome la cintura y parte de la barriga, cosquilleándome la piel. Comencé a temblar.

-Hey, hey... de-despacio... -balbuceé.

Hizo caso omiso a mi ruego y recorrió a besos ascendientes mi cuello, llegando a mi oreja y mordiéndome el lóbulo. Tuve que cerrar los ojos mientras un rubor ferviente me marcaba de rojo las mejillas. Cuando empezó a desabrocharme los pantalones, dejé escapar la colección de murmuros y gemidos que tenía escondidos. Y después todo quedó oscuro, porque la escena era sólo suya y mía. Íntima y perfecta.

diumenge, 3 d’octubre del 2010

Hoy,

Hoy es uno de esos días en que no tienes ganas de nada. En que lo único que piensas es "Joder, cómo brilla el sol y yo pudriéndome en este agujero de mal augurio". Es el clásico día en el que sólo quieres escribir y lo único que te importa de la gente es que lo lea y se sienta como tú. Es el típico día para esconderse y no volver a salir.

Suicidio.

Suicidarse.

1. prnl. Quitarse voluntariamente la vida.

Suicidio.

m. Acción o conducta que perjudica o puede perjudicar muy gravemente a quien la realiza.

Tenemos que el suicidio es un acto que se escoge deliberadamente, es decir, en plena consciencia de lo que se va a realizar. Consiste en que, utilizando el estado de soberbia, el sujeto se quite la vida voluntariamente, porque así lo escogió él y sin efecto de otras personas. El suicidio es un acto que acarrea graves consecuencias sobre la misma persona, el mismo sujeto. Intentarlo puede significa, de hecho en la mayoría de los casos lo hace, la muerte. Así que tenemos que suicidio es igual a la muerte voluntaria.

Muerte.

(Del lat. mors, mortis).

1. f. Cesación o término de la vida.


La muerte es un estado en el cual ya no se siente nada, pues es en la vida cuando tenemos las emociones. En vida sentimos, sufrimos, tenemos hambre y sed, pero también notamos la alegría y la esperanza. Cuando cesa ésta, queda la muerte, un período donde hay paz y no la hay.

Formas de suicidio:

·Cortarse las venas.
·Sobredosis.
·Inhalación de gas.
·Ahorcamiento.
·Pastilla de cianuro.
·Atropellamiento (coche o tren)
·Inyectarse aire en las venas.
·Envenenamiento.
·Inhalación de monóxido de carbono.
·Tirarse desde un edificio alto o puente.
·Elecrtocutación.
·Frío extremo/Calor extremo.
·Químicos (morflina).

Formas más rápidas:

·Corte en el cuello (venas importantes).
·Corte en la ingle.

Conclusión: Suicidarse es una estupidez. Si no fuera ya suficiente con que la vida nos pone donde quiere y se va cuando quiere, suicidarse es añadirle un punto, darle un tanto más. La verdadera voluntad está en seguir vivo y mirar hacia delante. Eso siempre que tengas algo por lo que luchar. Pero cuando no te queda nada y solamente ves el lado malo de las cosas, ¿por qué seguir luchando? Ahí entra la parte caótica del suicidio: el cobarde jamás podrá siucidarse; el valiente sí. Suicidio, ¿cobardía o valor?

Eutanasia.

(Del gr. εὖ, bien, y θάνατος, muerte).

1. f. Acción u omisión que, para evitar sufrimientos a los pacientes desahuciados, acelera su muerte con su consentimiento o sin él.

2. f. Med. Muerte sin sufrimiento físico.


Viendo esta definición.


Lo primero que hay que pensar es: ¿qué es estúpido y qué no?



Guardando silencio y, minuto tras minuto, que pase el tiempo.

Desolación.

La chica se dirigió lentamente al punto de encuentro. El corazón le latía a mil por hora, sabía que se estaba equivocando, que bajo ningún concepto debía acudir. Pero lo hizo, sólo para verla a ella. Y esa había sido una de las condiciones "no quiero que tu novio o tu amigo vengan a esta cita, es sólo entre tú y yo". Cuando la vio, sus latidos pronto se hicieron inexistentes, y quedó a merced de alguien que no tenía ni una pizca de buenas intenciones. La saludó tímidamente, aunque se moría de ganas de tirarse sobre ella. La otra chica, por su parte, se alejó un poco y la miró con desprecio. "Es increíble que esté haciendo esto" pensó.

Ambas comenzaron a caminar calle abajo, la chica de pelo castaño admiraba las formas de la chica de pelo negro. Hablaron largo y tendido de cosas que el pensamiento prefiere no analizar. Ella se defendí como podía mientras que la chica de pelo carbón no paraba de decirle toda la culpa que asumía.

-Es por tu culpa. Mi madre me riñó, discutimos porque tú me habías puesto nerviosa. Y con mi mejor amiga tenemos problemas porque está celosa de ti. Y joder, con mi novio, él no quiere que te vea, y tú no insistes más que en quedar. Estoy un poco harta, sólo me causas problemas, en serio. Deberías dejarme un poco .-decía con voz de preocupación.

Siguieron caminando, la chica de pelo marrón contenía los sollozos como era capaz. Al final acabaron sentadas en un banco, hablando, cuando la castaña ya no podía contener más las lágrimas y se derrumbó entre nervios y gritos.

-Oye lo que te decía de mi novio...

De pronto él apareció por la derecha, saltando el respaldo del banco. Y su mejor amigo, pasó tranquilamente por la izquierda, como si no viniera la cosa. Ella se quedó petrificada observando las dos figuras. Ahora se le sumaban otros dos infiernos delante de los cuales no quería llorar. Trató de parar, pero no lo consiguió.

La tanda de bombas que se le sucedieron fue demasiado para que ella, con el cuerpo menudo y las fuerzas agotadas, pudiera resistirlo. Se quedó en el parque, sola y llorando, viendo cómo la gente feliz y las parejas igualmente felices, pasaban sin prestarle ni la más mínima atención.

Las cosas no funcionan, babeh.

Cuando vi a aquélla chica tumbada sobre la hierba, decidí que tenía que hacer algo. Quizás yo no la conociera mucho o quizás ella fuera mi mejor amiga, pero era una persona en apuros que yo estaba dispuesta a ayudar. Y más que dispuesta, iba a hacerlo. Así, sin más, me senté a su lado y le sonreí. Tampoco tenía ganas de sonreírle, tenía muchos problemas apuntando con destrozar mi corazón, pero, ¿qué más da que sufras tú cuando los de tu alrededor son felices? Le tendí una mano, y entre aspavientos de confusión y risitas nerviosas de miedo, le dije "Todo irá bien, tranquila". Y todo fue bien. Luché por lo que había prometido que lucharía, me enfrenté a ello con dudas, valor, angustia y fervor. Por el camino encontré a otras personas heridas, más de una me pidió ayuda. Me senté con todas ellas, hablando largo y tendido con las necesidades de cada uno. Algunos, sofocados por el desamor; otros, irascibles por las desgracias propias. Pero en todos ellos algo en común: una necesidad enorme de cariño y confianza.

Supongo que dicho en frío no tiene la misma importancia, y que de hecho, para hablarle a la pantalla del ordenador, suena ridículo. Pero yo pedía una pizca de confianza. Les miré, les hablé, les aconsejé y les ayudé. Yo a cambio quería un poco de "Muy bien, sigue así" y otro de "Vale, confío en ti, espero que puedas hacerlo". Pero curiosamente son las palabras más difíciles de oír, en este ambiente. Sí, supongo que me lo merezco, todo el silencio conseguido. Y de lejos, ¿cómo se ve? ¿Como egoísmo puro? Vaya.

La chica me devolvió la sonrisa y supe que algo había cambiado dentro de mí. Me enfrenté a lo que hizo falta para ver de neuvo aflorar esa sonrisa entre unos labios tímidos. Pero lo conseguí. Y eso me acarreó problemas, pero lo había conseguido. Ahora aún me pregunto, ¿por qué? Pero lo había conseguido.

De repente, ya no había ni confianza ni amigos. Simplemente, la persona a la que yo quería se marchó, dejando tras de sí un reguero de sangre y dolor. La miré, vi cómo caminaba inseguramente, mirando atrás de vez en cuándo, y cómo yo era incapaz de alzar la voz o dar un paso hacia delante. Me quedé mirándola, nada más. Seguía ayudando a la chica, mientras las pesadillas se sucedían noche tras noche: te queremos matar, te queremos matar, estás sola, estás sola. Porque sola era lo único que me daba miedo. Porque la solitud es con lo único que pueden amenazarme.

Seguí adelante, mientras el dolor martilleaba mi corazón, y ayudé cuanto estuvo en mi mano. Ella me devolvió la sonrisa y procuró calmar mis malas muecas, pero no lo consiguió. De hecho, nadie jamás lo ha conseguido. Pero al final, logré dar un paso. Y tras este paso, dos más. Cada vez más rápido, hasta que eché a correr. Pronto vi a aquella persona, dando tumbos entre los arbustos, y pude alcanzarla. Pero, ¿dónde quedó todo el amor?

Las discusiones que se sucedieron, se suceden y se acaban. Miro sin comprender, porque veo sin ver. Pero por más que lo intento, no doy con la respuesta adecuada. Haga donde haga, siempre me equivoco. Haga lo que haga, siempre erro. Y al final me canso. Me canso de mirarme en el espejo y odiarme: odiarme por psicología y odiarme por físico. Y me canso de hablar y cagarla, de hablar y ayudar, de hablar y malhablar. Al final de toda esta cadena, ya no me pasa nada.

Pronto el Rey se hartó de mí, la princesa quedó suspendida en un aire incierto y yo volví a las mugrientas cocinas de las sirvientas. No me gustaba aquel trabajo, pero no quería quejarme. No me gustaba vivir así, pero tampoco quería morir. Quería... algo que había olvidado. Algo tan ancestralmente anhelado que no podía pronunciar.

Me cansé de ayudar. Todas aquellas personas a las que yo había tendido la mano, ¿dónde estaban ahora? Yo era la juzgada. Si bien es cierto que yo fui quien deicidió dejar atrás los miedos y luchar, siempre era la juzgada. Como un cerdo, como una vaca, como una oveja esperando en el matadero.

Aquí estoy en un juicio incierto que de ninguna forma he escogido vivir yo. Sólo sé que no sé nada, y que tampoco quiero saberlo. Quiero esconder la cabeza entre almohadas y desaparecer. Porque, ¿de verdad lo merezco? ¿De verdad soy tan mala persona? ¿De verdad suena todo tan egoísta?

Miro al juez, que me devuelve la mirada con odio. Miro al testigo que apostilla contra mí, que me devuelve unos ojos inyectados en desprecio. Miro al jurado popular, que parece reírse de mí. Y me giro para encontrarme un coro de personas que no conozco y que sí conozco, y todas se regodean de mi estado. Así que miro enfrente, bajo la cabeza y pido perdón.

Y es que, a ver, cuando no tienes amigos, ¿a quién hablarle? Por eso lo cuento aquí.