Descansaba sobre su pecho, abrazada cálidamente. Y ahora respiraba también pesadamente. El vaivén de su pecho se tornó igual que el mío. Le miraba desde un ángulo difícil y, tapada entre anchas ropas y sus brazos, sólo acertaba a ver su pelo oscuro y su tez clara. Me recordaba a la técnica del claroscuro, como un cuadro matizado sólo por los colores del fondo. O a una vieja película de amor. Podría haberme quedado allí durante una eternidad, y repetir incesantemente sin cansarme nunca. Era incapaz de apartar los ojos de los suyos, que estaban cerrados, pero yo los imaginaba: marrones y mirándome. Me picaban las costillas y el pelo me cosquilleaba la nariz, pero no quería moverme por temor a despertarle. El silencio era casi absoluto, sólo mancillado por el ruido ronco de mis suspiros y los coches pasando por la calle. La luz era ínfma, pues las persianas estaban puestas y el día estaba nublado. Me gustaba estar así, la verdad era que no necesitaba nada más. Era feliz, en cierto modo.
Pero de pronto, la musiquita de mi móvil rompió la magia de la sencillez. Él gimió molesto y quitó los brazos de encima de mí para que pudiera contestar la llamada. Cogí el aparato, suspiré y pulsé la tecla verde:
-¿Aló? -contesté apartándome el pelo de delante de la cara.
Él volvió a abrazarme por la cintura y me atrajo hacia sí. Sonreí para mis adentros. Besaba mi pelo suavemente mientras yo tenía que callarme murmuos de placer.
-Sí, por supeusto. Soy yo, ¿qué quieres? Ah, ya -me costaba atender.
Se acercó más hacia mí, apartando los mechones rebeldes de mi pelo, bajando lentmente sobre mi cuello con su lengua. Me estremecí.
-Ay, perdona, ¿podrías repetir lo último? -ni siquiera prestaba atención a la voz que sonaba por el otro lado del auricular.
Besó mi clavícula con dulzura y paciencia mientras esperaba a que dejara de hablar. Acariciaba mi cadera cuando comenzó a tirar de la ropa juguetonamente hacia arriba. E ronroneo de placer que guardaba en mi gargante se escapó.
-No, no fue nada. Estoy... ocupada. Sí, hablamos luego. Claro ya te llamaré. Adiós -atajé, mientras pulsaba la tecla para apagar el móvil.
-Graciasssss, mmmm -me murmuró cerca de mí, demasiado cerca, haciéndome vibrar con su voz.
Mordió mi hombro, descubriendo bajo la ropa parte de él. Seguía acariciándome la cintura y parte de la barriga, cosquilleándome la piel. Comencé a temblar.
-Hey, hey... de-despacio... -balbuceé.
Hizo caso omiso a mi ruego y recorrió a besos ascendientes mi cuello, llegando a mi oreja y mordiéndome el lóbulo. Tuve que cerrar los ojos mientras un rubor ferviente me marcaba de rojo las mejillas. Cuando empezó a desabrocharme los pantalones, dejé escapar la colección de murmuros y gemidos que tenía escondidos. Y después todo quedó oscuro, porque la escena era sólo suya y mía. Íntima y perfecta.
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