divendres, 22 d’octubre del 2010

No more lies.

Cuando te enamoras de una persona tiendes a pensar que es perfecta. La ves y no puedes encontrarle los defectos. Esto no es puramente psicológico, sino un tanto científico. Hay unas hormonas, que tu cuerpo segrega que provocan una reacción química. Dicha reacción te causa el estado de enamoramiento, y en parte cambia tus funciones (suele aumentar el líbido) y en parte modifica tus sentidos (de pronto lo ves todo perfecto). De ahí viene la expresión "No hay química entre nosotros". Puramente científico.

Cuando amas a esa persona puedes pensar que nada va a salir mal. Porque mientras dura, nada sale mal. Todo es perfecto y de color rosa: los besos, los abrazos, las caricias, los susurros, las palabras dulces. Pero luego, poco a poco, va cambiando. Las hormonas dejan de funcionar y, pasados unos meses, aquello que era el paraíso se te acerca más a un infierno. Y si eres tú el que mantiene las ganas, te sientes aún peor. Querer algo y ser inaccesible es un dolor terrible. Te martillea una y otra vez hasta que destruye tu pequeña coracita. Y créeme que no hace falta mucho.

Pero quizás encontré algo aún peor.

Miré al horizonte y pensé: ¿cuántos planetas hay como este? Cerré los ojos, imaginando miles de mundo ligados por una estrella en medio, radiante y única, dando su calor y su esplendor a sus hijos de roca. Nosotros somos sólo uno de ellos. Imaginé cada uno con sus lunas, y cada uno con sus días y sus noches. Y, dentro de todos ellos, personas. Muchas personas, cada una con sus vidas. Pero todas ellas humanas. Abrí los ojos para centrarme en la realidad. Un cielo infinito, un universo infinito, una vida infinito y un amor finito. No todo es eterno, aunque queramos creer que sí.

Me creí las mentiras. Sí, le estaba mirando y pensaba: ¿cómo puede mentir tan bien? No, ni siquiera pensaba eso. Pensaba: ¿cómo puede quererme tanto? Ahora ya no lo pienso. Cuando oí las palabras, pensé que el mundo se destruía. Al principio, fueron grietas que salieron del centro de mi corazón. Luego avanzaron hasta la punta de mis dedos. Mi cuerpo rompió en un terremoto de temblores y sollozos. No sé por qué. Debería haber sabido que me mentía.

Quizás mentir no fuera la palabra. Pero, no hay nadie más aquí. Me siento como un perro. Sucio y abandonado perro. Es imposible escribir el dolor que asesina mi calma. Imposible.

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