dijous, 31 de desembre del 2009

Detalles.

Tan importante como la vida misma son esas pequeñas cosas que nos alegran el día. Así como es normal ver el sol ponerse cada día, es un hecho que se agradece. De la misma forma que son esas mínimas cosas las que nos alegran, son las que menos mérito reciben. Contemplar un cuadro de un pintor famoso nos arranca un «¡Ooooooh!» muy impresionado; y escuchar nuestra canción favorita nos provoca unas irresistibles ganas de bailar, cantar y gritar. Son hechos, mínimos pero a mayor escala, que nos alegran. Pero a lo que yo quiero llegar son a esas cosas tan, tan, tan, tan (podríamos añadir un «TAAAAAAAAAAAAN») y tan pequeñas, que si un día faltan, tardaríamos en darnos cuenta. El mismo ejemplo que he dado al principio, el sol poniéndose (o amaneciendo). Si eso falta un día, la gente miraría extrañada a su alrededor "¿Qué pasa?". Si eso faltara más veces, quizá una semana, la degradación de la población ya sería visible. Que el sol desaparezca tras la espesura de la noche es un hecho que trae consigo muchas consecuencias. La primera, significa que es hora de descansar. Ese detalle, tan mínimo como dejar de tener luz durante unas horas, es lo que permite que el ciclo personal de la vida avance según lo que estamos acostumbrados. Aquí podríamos entrar en un debate de «¿Detalle o costumbre?». Pero esas discusiones se las dejo a los políticos y filósofos consumados.

Luego está la otra parte, la de los grandes hechos. Aquellos que son tan, tan, tan, tan (podríamos añadir un «TAAAAAAAAN») y tan grandes que si faltaran, tardaríamos en darnos cuenta. ¡Mentira podrida! ¿Qué preferís: un detalle o un gran hecho? Ciertos detalles nos alegran la vida, nos permiten el curso normal, nos facilitan las actividades, nos colman de comodidades, nos mantienen en nuestro estandarte de "normalidad"; pero ciertos grandes hechos son el motivo de hambre, pena, tristeza, guerra, pobreza, explotación, tratos inhumanos, desforestación, muerte, desolación, desesperación. Y tenemos lo mismo de siempre. El típico diálogo en el que situaremos una excéntrica persona, segura de sí misma por sus estúpidas teorías sobre el comportamiento humano y la persona de a pie, el ciudadano que hay en todos nosotros:

Excéntrico: ¿Qué piensa usted de la muerte por hambre y guerras en áfrica?
Ciudadano: Aquí no pasa.
Excéntrico: ¿Y no le preocupa?
Ciudadano: A mí no me va a pasar, ¿no? Pues ya está. Eso sucede a diario, no es noticia.
Excéntrico: Pero son personas, así como usted o yo.
Ciudadano: ¿Y qué más da? No so mis hijos, no es mi país, no es nada que me incumba.
Excéntrico: ¡Viva la ignorancia!

Seguramente, con ese último comentario se podría ganar algo más que la antipatía del ciudadano. En fin, guerras: ¿detalle o gran hecho? ¿La ignorancia está tan extendida? Hay, querido lector, me temo que yo soy aquel excéntrico seguro de sí mismo por mis estúpidas teorías sobre el comportamiento humano que, por si fuera poco, habla con la pantalla del ordenador. Pero si bien al ciudadano la guerra era un pequeño "detalle" que no incumbía en su vida, a mí me preocupa. ¿Por qué? ¡Son personas humanas!

Ciudadano: ¿Y qué si lo son? Nacieron allí, que se aguanten.
Excéntrico: [susurrando] Ya verás si te llega a pasar algo a ti...
Ciudadano: ¿Decía?
Excéntrico: Nada, nada. Siga con su fantástica vida apartada de toda enfermedad letal, guerras, hambrunas, y demás detalles que usted no tiene en cuenta.
Ciudadano: Mire que vamos a acabar mal...

Yo, como esa persona que elucubra teorías descabelladas por las cuales me hubiera quemado la iglesia, sucia y rastreramente, me quejo con todo derecho que opino que tengo, sobre ese ciudadano. ¡A la porra con las formalidades! ¡Que son personas, señores, P-E-R-S-O-N-A-S! No sólo eso, sino que empiezan a enfadarme tantos detalles y grandes hechos,sí señor. La próxima página de mi diario, la dedicaré a malgastar tinta sobre el comportamiento estúpido de los celos humanos. Y para la próxima, haré la carta a los reyes magos. Vamos a ver quién puede más: si la ignorancia o la bicicleta que me traerán mis papis.

diumenge, 27 de desembre del 2009

Entre la locura y el amor

Ni ellos saben qué pasó. Algo sucedió (¿Qué fue? ¿Qué fue?) y ahora la chiquita está triste. Que ya no sonríe la Luna, dice ella, que ya no sonríe el sol (Oooooh, ya no sonríe la pequeña). ¿Queréis saber la historia? (¡Queremos saberla! ¡Queremos saberla!). Es triste la historia de perder una sonrisa (Oooooh, ya no sonríe la menuda). ¿Y qué pasó? (¡Cuéntanos qué sucedió! ¡Cuéntanos qué sucedió!). Quizá sea alegre ver cómo vuelve a sonreír (Oooooh, vuelve a sonreír la chiquitina). Pero, ¿qué ocurrió? (¡Dinos, por favor,dinos!) Si os sentáis todos aquí, contaré la historia. Fueron penas y alegrías, mil sonrisas perdidas (Oooooh, ¿y ya acabó?). Claro que sí, ahora todo va bien.

La niña solía salir a jugar a la calle. Las flores olían en su pelo y el sol brillaba en sus ojos. El rocío de las frías mañanas caía por sus ojos en forma de tristeza. Las perlas podían intuirse en una sonrisa cálida. La luna colgaba en forma de pendientes de sus orejas. Las siete maravillas se juntaban en el sonido de su voz. ¿Y qué edad tenía esa chiquita? Era pequeña, pero madura. Salía de su casa pronto para ver a los demás. No estaba sola, tenía muchos amigos. Los pájaros cantaban con cada paso suyo y las plantas reverdecían con su aliento. Los conejos se acercaban para empaparse de sus manos y los perros acallaban sus ladridos para poder escuchar ese corazón joven. Los gatos miraban atentamente el parpadear de sus ojos. Cuando ella pasaba, el mundo se detenía. ¿Cómo lo sé? También me detenía yo.

Sus amigos la esperaban. El mayor la tomaba en brazos y le hacía cosquillas en la nariz. La niña se reía y su melodiosa voz volvía el aire dulce. Su compañera la saludaba y la niña devolvía el gesto con un arco iris de regalo. El ambiente era siempre maravilloso, sacado de cuentos prohibidos donde la magia servía para hacer volar a los caballos. (¿Pero qué pasó, qué pasó?) Si todo se terminó. (¿Y quién lo sabe?) Yo no. (¿La conocías, la conocías?) Claro que sí. (¿Por qué dejaste que todo pasara, por qué?) Las culpas de un hombre no siempre pueden evitarse (Ooooooooooh...)

divendres, 25 de desembre del 2009

Transición.

-Eres una niñata que, como no sabes hacer nada más, sólo buscas llamar la atención de la gente.
-¿Y tú qué sabrás de mi vida? He dicho que no quiero hablar -le espeté.
-Eres una malcriada y una infantiloide, yo sí quiero seguir hablando -me insistía él.
-Claro, pues yo no sé quién de los dos es más infantil ahora mismo, pero ya te he dicho que me da igual. ¿Cuál es la finalidad de esta conversación?
-Pues ahora no recuerdo -me dijo en tono irónico- ah, sí, abrirte los ojos -concluyó con una malévola sonrisa.
-¿Abrirme los ojos? ¿Para ver qué?
-Para que te des cuenta de que el mundo no es como tú lo ves. No es una mierda, ¿sabes? Hay muchas cosas bonitas que te estás perdiendo. Seguro que por cualquier tontería lanzas la toalla y dices "no puedo más". No tienes ni idea de cómo puede llegar a ser de cruel esta vida. Por eso mismo pienso que eres una niñata malcriada e infantil.
-Estoy bien -dije con sencillez.
-¿Cómo? -parecía que él no me había entendido.
-Que estoy bien, digo. Si quitamos los problemas que tengo en este momento, estoy genial.
-Sabes la solución a dichos problemas -dijo con voz pesarosa.
-Escúchame bien, podrás pensar que soy una estúpida, pero jamás les haría daño. A ella la quiero más que a mi vida. Nunca, tenlo presente, haré algo que pueda perjudicarla si tengo plena conciencia.
-Allá tú. Me voy, tengo asuntos que solucionar.
-Eres un imbécil.-la última frase que le dije.

Las siguientes dos horas las pasé meditando. Tristemente, aquel chico iba a acabar mal. Le quería mucho pero ella era mi prioridad. Aun a día de hoy, me cuesta recordar el nombre de aquella persona que se metió en mi vida a empujones, que me hizo llorar pero a quien, irremediablemente, llegué a amar. Cuando pienso en él, un torrente de emociones me baja por las mejillas. Nunca quise el final que tuvo y más sin poder despedirme. Aquellas dos horas fueron un verdadero infierno. Era consciente de que no volvería a hablar con él. Sentía ganas de correr en todas direcciones, de llorar, de morir, de vivir, de alejarme, de ir tras él... Estaba confusa, terriblemente perdida en una oscuridad insondable. Las emociones que más noté fueron "injusticia" y "culpabilidad". Ambas enfrontadas. Pensaba que eran injustas sus palabras pero, precisamente por éstas, me sentía culpable. Puede que si no nos hubiéramos llegado a conocer, ahora él mostraría su sonrisa. Pero, desgraciadamente, no volverá a sonreír. Nuestra última conversación fue dura, nos gritamos, pero ya no volverá a hacerlo. Dos horas después, su cuerpo yacía inerte sobre una camilla de hospital.

-¿Le conoces? -me preguntaba un oficial de policía. Yo me limitaba a mirarle, asentí casi imperceptiblemente, pero no aparté la vida del uniformado. No quería ver a mi amigo muerto. No quería ver su cara inexpresiva, sentir su cuerpo frío.
-Deja a la chica, es muy pequeña, debe ser un golpe muy duro para ella.-dijo otro policía, apareciendo desde una puerta trasera en la que yo no había reparado.- ¿Cuántos años tienes, chiquitita?
-Trece -susurré.
-Madre mía, pobrecita. Si quieres, puedes irte a casa. No te haremos más preguntas en unos días, descansa.-me concedió el primer policía, visiblemente apenado por mi corta edad y el traumático suceso.

Algún gesto mío, quizá una negación de la cabeza, debió indicarles que no pensaba marcharme. Simplemente, recogieron sus mochilas y me dejaron sola en la habitación. Decidí enfrentarme a la muerte. La visión era horrible. Todo su pálido cuerpo estaba cubierto de magulladuras. Tenía cardenales en el cuello, las muñecas, la cara. Sus labios estaban partidos. Si tenía los huesos rotos, los médicos lo habían disimulado. Agradecí esa dedicación. Lo que más me llamó la atención fue que no encontré un cuerpo inexpresivo; sonreía cálidamente y aquel gesto le llegaba a los ojos cerrados. Si no hubiese tenido todos esos golpes, pensaría que estaba durmiendo. Creía que me encontraría con un ser apenas reconocible, pero la imagen de mi amigo, pese a estar muerto, me reconfortó. Era él.

No pude despedirme y mis últimas palabras fueron "eres un imbécil". Bonita frase para no volver a ver a un compañero. Aun a día de hoy lloro su muerte. Tantas preguntas me hice. Crees que no puede sucederte nada malo hasta que te pasa. ¿Violaciones, muertes, atracos y secuestros? Son letanías lejanas. Eso no puede ocurrirte a ti. Hasta que un día algo cambia tu vida, debes madurar para afrontar los nuevos hechos. Las transiciones al mundo crudo nunca son agradables. Ahora agradezco la mía, puesto a que me he vuelto fuerte. La mayor comprensión que he hecho en mi corta vida fue la que la muerte me enseñó. "La existencia no es más que un suspiro entre dos madrugadas".

diumenge, 20 de desembre del 2009

¿Qué pesa más?

Sin fe, sin esperanza, sin miedo aunque sin vida. No tengo Dios al que rezar ni Demonio a quien pregar. Las existencias que me rodeaban se fueron marchando, dejando tras de sí un rastro de dolor. Las personas a las que tanto amé y por las que tanto me preocupé se evaporaron tras las lágrimas de sangre. Les chillé que regresaran, imploré de rodillas. ¿Alguien me escuchó? No estaba sola, pero, ¿ahora? Tantas veces me he preguntado lo mismo que mi cerebro empieza a cansarse. Las exhalaciones de mi corazón son cada vez más cortas y apagadas, hasta que ya no haya. Pronto todo quedará en calma y el brillo de mis ojos desaparecerá tras la oscuridad. Intenté evitar todo esto. Si me preguntaran ahora qué desearía haber evitado respondería "conoceros a todos". Fui la creadora de mi propia tumba, de acuerdo. Pero vosotros sois el motivo de mi muerte. ¿Qué me pide mi corazón? Que os odie. ¿Qué me pide mi cabeza? Que siga esperando. Y eso hago. Miro a mi alrededor, buscando esos rostros conocidos. ¿Dónde estoy? Creí que no volvería a sentir miedo, pero, ¿mamá, puedes oírme?

Quiero huir de todo esto. Ahora mismo, las ramas de la soledad me tienen bien agarrada. Desearía cortarlas y quemarlas. No quiero estar más sola pero, si consigo regresar, ¿podré ser feliz? Las lágrimas que bajan por mi mejilla me están indicando que sí. Entonces, ¿por qué este miedo en volver? Es lo que quiero. ¿Hay alguien buscándome? Creo que empiezo a volverme loca. Hay voces en mi cabeza que me susurran. Me dicen que no se lo cuente a nadie, que es nuestro secreto. Me asustan un poco, pero creo que quieren ayudarme. Les haré caso, ahora mismo es lo más cercano que tengo de compañía. Puede que en el fondo no sean tan malas, aunque susurran cosas horribles. ¿Les entrego mi alma? De momento esperaré.

Esto es fantástico. El dolor está desapareciendo tras una cortina de color incierto. Ya no me duele tanto, aunque siento que cada vez entiendo menos el mundo. Las voces se han apoderado totalmente de mi cabeza. Siguen susurrando palabras horribles, pero no me desagradan. Al final han comprado mi alma a cambio de su compañía. Me divierten, me abrazan, me besan, me tocan, me dan su caliez. A veces intentan matarme, he tenido que escapar unas cuantas veces. Pero por lo demás son muy dulces. No tengo que esperarlas. Se quedan aquí, mirando cuando duermo. Vigilan que no huya, porque quieren protegerme. Al fin he encontrado mi lugar.

¿Dónde estoy? ¡Esto no es mi mundo! Las voces se han adueñado completamente de mí. Ya no me abrazan, ya no me quieren. Sólo deseaban mi vida. ¡No querían darme su compañía! ¿Qué puedo hacer ahora? Ya no me quedan personas, todas huyeron diciendo que estaba loca. ¿Era una demente? ¿¡Dónde están mis queridas voces!? Ahora sólo veo humanos, gente a la que no conozco. Me hablan, se alejan, me vuelven a hablar, vuelven atrás. Preguntan cosas que no entiendo, se ponen a llorar. Alguno me riñe y yo le miro sin comprender. ¿Tienen compasión? ¡Me quieren matar! ¡Lo están intentando! Uno me ha clavado un puñal en la muñeca y... mi sangre. Había olvidado esta sensación tan llena, la plenitud de estar viva. Sí, esto me recuerda que estoy aún sobre el mundo. ¿Tenía seres queridos? Sí, sí los tenía. Para sentirme bien debo ver mi sangre. La tendré más a menudo.

Me he excedido. Voy a acabar con todo. Ni fe, ni esperanza, ni Dios, ni Demonio, ni familia, ni amigos, ni miedo ni vida. No queda nada. Ya no tengo más sangre que me recuerde mi existencia. Aquí me quedo, delante del espejo: con una mano sospesando mi corazón y con la otra sosteniendo un cuchillo. ¿Qué pesa más?

dissabte, 19 de desembre del 2009

Seasons.

Transmitir sensaciones nunca fue un trabajo fácil. Te sientas delante del ordenador o tomas lápiz y papel. Mentalmente, te formas una idea de lo que quieres escribir. Vomitas sobre la hoja todo lo que quieres decir. Haces frases que contienen palabras bonitas. Camuflas ideas con sentimientos. La gente lo lee y agrada. A veces se sorprende, otras sólo lo leen por condescendencia. De vez en cuando, uno de estos escritores engancha al público. Algo, su escritura o sus ideas, encanta. Comienza a ser buscado, pedido, reclamado. Sus obras agradan, quieren más. No les basta con un libro. Buscan reflexionar submergiéndose en las olas de palabras. Nadan entre las letras como si éstas pudieran apartarlos de la realidad. El escritor se plantea qué hace en el mundo. Si escribe y agrada... debería bastar.


-Usted escribe realmente bien. De verdad, no es por ser... ¿cómo lo llamó en el texto?
-Condescendiente.
-Exacto, pues no es por ser condesentiende. Me impresiona su forma de ver el mundo.
-Condescendiente.
-¿Perdone? Le dije que no quería parecerlo.
-Te has equivocado. Has dicho "condesentiende" y es "condescendiente".
-Ah, vale. Gracias.

Se fue. El chico parecía decepcionado con nuestra charla. Yo también lo estaba. ¿Cómo era posible que se equivocara en una palabra tan sencilla? Ni que le hiciera decir "supercalifragilísticoespialidoso", "otorrinolaringología" o "anticonstitucionalmente". Era una palabra sencilla, pero el chico no la había sabido decir. Genial, estoy rodeada de estúpidos. Juzgar los escritos para mí era duro. Apenas uno de cada diez pasaba la gran prueba que yo misma imponía. Me parecían ridículas mis ideas, propias de la juventut. Pero ver los demás, incapaces de decir "condescendencia" correctamente, me hacía que me planteara el mundo desde otras perspectivas.

A veces, me daba la sensación de querer desaparecer. Me encantaba la escritura pero... me superaba. Mis escritos eran valorados como si fueran tesoros. Plasmar mis ideas sobre un papel y saber que alguien iba a juzgarlas como si supiera mucho, no me gustaba nada. Siempre había compuesto versos y largos textos que impresionaban a mis profesores. Pero en cuanto sabía que alguien iba a valorarlos, disminuía el nivel. La presión me mataba. Ahora era famosa, por desgracia, alguien me convenció para que publicara una de mis obras. Maldita sea, ¿por qué le hice caso? Ah, claro, ya lo recuerdo: amo a esa persona. Mi mayor preocupación en estos tiempos era poder sacar otro libro y que la gente me dejara en paz. Recibía llamadas telefónicas de fans locos que me pedían mi "secreto". Ya, pues siempre me quedó una duda en esas conversaciones. ¿Tenía un "secreto"? ¿Para escribir bien hace falta eso? A mí no.

Mi corazón me dictaba las palabras que los dedos iban escribiendo. Toda la sencillez de las frases para los demás no era obvia. Transmitía sentimientos con letras. Hice que vivieran en un mundo antinatural e irreal. ¿Quién se iba a creer que una niña de once años podía viajar al mundo de las Maravillas? Pues bien que se creyeron a Carroll. Las imbecilidades subrealistas me daban rabia. ¡Coño, que esa niña nunca existió!

Y así, odiando a los de mi especie, me convertí en otro objeto de publicidad. Mi voluntad desapareció hasta verse corrompida por el dinero. Me entregué a la lascivia de los programas del corazón. ¿Y ahora qué? Venga, dime que me odias.

divendres, 18 de desembre del 2009

Corazones divididos.

No sabía si seguir amándole o pasar a odiarle. No sabía si tomar el camino fácil o el difícil. Si bien era cierto que me había decepcionado, aún me quedaba mucho amor tras esa cortina de amargura. Quizá me hubiera vuelto fría, calculadora, distante... pero todo lo que había querido dar residía en mi corazón. ¿Que no lo demostraba? Cierto. Los malos momentos habían mellado mi voluntad más de lo que creía. Aunque deseaba darle mi vida, entregárselo todo de nuevo, había algo que me lo impedía. ¿Cuántas veces me pregunté el qué? Muchísimas. Cada día, cuando la noche caía, mi alma descendía con la luz. El dolor regresaba con energías renovadas. Me estaba cansando, agotando.

-Sí, le odio. Quisiera ver cómo su sangre cae lentamente sobre mis manos... y escuchar sus gritos, melodía irresistible. Quiero que me pida clemencia.
-¡Estúpida! Le amas. Eso te pasa, que aun le quieres demasiado. Pero no te preocupes, querida, todo acabará.
-Cuando acabe para mí, también va a acabar para ti.
-¿Y qué? Con ver una sonrisa en su rostro seré feliz.
-Te destrozará...
-...Como ya lo ha hecho contigo, ¿verdad?
-Odiar es mucho mejor.

Mi corazón, dividido entre amar u odiar, se debatía a sí mismo. Las partes de mi ser que aun querían e idolatraban su imagen, iban muriendo. Las demás, las que odiaban y querían matarle, vivían peleándose entre sí. Quizá todo el esfuerzo hecho fuera en vano. Sólo esperé. Seguí esperando.

A pesar de que el tiempo pasó lento y fue duro de superar, ahora todo ha acabado. Por fin, el veneno corre por mis venas. Cuando llegue a mi corazón, éste dejará de latir. Al fin, después de tanto sufrimiento, conseguiré mi merecido descanso.

dimecres, 16 de desembre del 2009

Recuerdos.

Shanks permanecía sentado en la orilla del río. Escrutaba la superficie del agua como si ella pudiera darle las respuestas a todas sus preguntas. Las estrellas no brillaban, pues los copos de nieve junto con sus madres nubes cubrían el cielo. A pesar de hacer tanto frío, la hierba se mantenía verde y viva. Las flores todavía representaban l principal colorido del campo. En realidad no era invierno, ni siquiera había aún llegado el otoño. El motivo de las bajas temperaturas y el cielo nublado residía en la mente del pelirrojo. Fríos eran sus pensamientos, frío su estado de ánimo y fría su aura y su entorno. La tripulación descansaba un poco alejada del capitán. No era que le temieran o que no quisieran acercarse a brindarle su calor, sino que sabían cuándo debían estar con él y cuándo dejarle en paz.

Shanks recordaba eras pasadas, pensando en lo que aún queda por vivir. Echaba de menos mucha gente, quizá no tanta, pero la vida de pirata es así de dura. Aunque quisiera, no podría regresar. Rescataba pequeños retales de recuerdos y los analizaba con calma. Miraba al cielo y le venían a la mente otros tantos. Observaba el río y recordaba sueños inalcanzables. Sin lazos, sin amor o sin casa. Con sueños, con miedo o con valentía. En peligro, en riesgo, en libertad, en decadencia...

Días duros se avecinaban. Los recuerdos de un niño que se quedó en un pueblo pequeño, años atrás, atormentaba unos remordimientos casi olvidados.

Mentiras y medias verdades.

-¡Eres un mentiroso! -le chillé, incapaz de contener toda la rabia que sentía
-Cariño, no tienes ni idea.- bajó la cabeza en señal de desaprobación.
-¿Yo? ¿Que yo no tengo ni idea? ¡Y no me llames cariño! ¡No soy nadie para ti!
-¿Quieres calmarte? Este altercado es innecesario. Piensa bien antes de decir las cosas. Siéntate, respira hondo y hablemos con calma, por favor.
-Cierto, no tengo ni idea. Pero te lo agradezco, me has abierto los ojos. Acabas de descubrirme cuán daño me has hecho hasta ahora. ¿Y todo ese amor? ¡Fueron mentiras! Voy a advertirte, seriamente, y no menosprecies mi amenaza. Desaparece de aquí -siseé- y no quiero volver a verte nunca. ¿Me has oído bien? ¡Nunca!
-Eres una estúpida. He hecho mucho más por ti que cualquier persona de tu alrededor. Estás ciega de estupidez. ¿Quién ha sido esta vez? ¡Venga! ¡Dímelo, puta! Dime quién cojones ha vuelto a meterte ideas extrañas en la cabeza. ¿Has hablado con tu madre? -me dijo levantando la voz y perdiendo los nervios.
-¡Cállate! ¡¡VETE!!

Miré horrorizada cómo se acercaba a mí con la cara roja de impotencia. Me miró como si pudiera matarme sólo con los ojos. Las lágrimas me caían mejillas abajo, como dos ríos descontrolados. Mi templanza se había evaporado delante de la imagen del diablo. Eso pensé que sería: el demonio. Había soportado todo cuanto podía de él. Engaños, sucias mentiras y medias verdades.

-Eres una furcia. Jamás comprenderás todo el bien que hice por ti. Nunca podrás agradecérmelo suficiente .- Enfatizó sus últimas palabras con la bofetada que recibí.

Mis padres no me habían dado una enseñanza dura en que los castigos resultaban físicos. Siempre habían tratado los errores como posibles mejoras y, sobre todo, siempre hablando. El golpe me dejó aturdida. El chico a quien amé estaba destruyendo mi mundo y todos los cánones que conocía de "normalidad". Para mi suerte, después de la agresión se marchó. Me dejó llorando en el suelo, desconsolada, aferrándome a la vida.

Pasé horas sin conseguir moverme. La mejilla derecha, donde él me golpeó, me ardía. Sentía cómo se descomponía mi corazón. Primero, caía hacia una oscuridad insondable. El mundo desaparecía, borroso, entre mis lágrimas. Luego, el impacto con la realidad me destrozaba la cabeza. Notaba cómo mi corazón se deshacía en menudas piezas. Mis sentimientos, resquebrajados por la confianza rota, se esparcían buscando un lugar donde morir. Mi pensamiento intentaba desconectarse, haciendo que olvidara cómo respirar o cómo seguir con vida. Sin darme cuenta, acabé completamente tumbada. El frío del suelo consiguió que una parte de mí se tranquilizara y llegué a dormitar. Soñé cosas extrañas y confusas: mezclando el dolor que me casuó el chico a quien amé y la dulzura de estar entre sus brazos. Una parte de mí todavía se aferraba a la calidez de su sonrisa.

Cuando desperté, cerca de la medianoche, me encontraba totalmente desorientada. El tiempo pasaba lentamente, con el cadencioso tic tac de mi reloj de pulsera. Cerré y abrí varias veces los ojos hasta que me di cuenta de dónde dormía. Había caído sobre el suelo del recibidor y allí yacía todavía. Sentía todo el cuerpo magullado y pesado. A esa hora, cuando el campanario de la calle anunciaba el apogeo de la noche, descubrí el mundo de mentiras en el que había estado viviendo.

"Te amo. Mi amor, nunca te haré daño. ¡Cariño, eres importante para mí! Mi dulce bombón. Eres tan dulce que te comería entera. Eres la guindilla de mi tarta. Si yo soy tu chocolate, ¿tú eres la boca que va a comerme?" . Tantas palabras bonitas me dedicó. No me atrevería a decir que todas eran mentira. Quizá, por remota que pareciera la posibilidad, alguna vez me quiso realmente. Medias verdades, cubiertas por el más dulce de los postres. Mentiras escondidas tras el azúcar de sus caricias. No tuve yo la culpa, ¿no?

divendres, 11 de desembre del 2009

De nuevo bajo la tumba.

Te esforzaste por ganar un sitio entre ellos. Hiciste tu hueco, con tiempo y dedicación. Con mucha paciencia, excavaste entre las duras rocas de su indiferencia y te instalaste en sus corazones. Lo diste todo por aquellas personas. Las querías, las quieres, las querrás. Reíste con ellas, lloraste por ellas. Ahora están y no están. Todo te pesa demasiado. Sientes cómo la sombra de tu tumba se te echa encima. Intentas llorar, pero las lágrimas se convirtieron en barro. Intentas respirar, pero ya has gastado todo el aire. Intentas gritar, pero no hay nadie que pueda escucharte. ¿Entonces qué puedes hacer?

Te creaste una coraza para protegerte de todo y de todos. Te recubriste de capas y capas de indiferencia ante el dolor. Apaciguaste tu desesperado corazón. Te las arreglaste sólo. Ahora la coraza te está pesando. Las capas ya son demasiado gruesas como para soportar su importancia. Cae sobre tus hombros como el acero de las armaduras. Piensas que ya es suficiente pero estás demasiado aislado. Se te han acabado la paciencia y la fuerza necesarias para continuar con todo esto. Cada vez es más difícil sonreír. Todos te hablan, te acarician, te besan, te adoran. Todo el mundo centra su atención en ti, cada vez más menudo, más desmejorado. Alguien intenta ayudarte, pero apenas ves su rostro entre la borrosidad de tu visión. ¿Has acabado de darte pena ya?

Es injusto, injusto e injusto de nuevo. No hay ni una puta persona que no se ocupe antes de su felicidad que de los demás. Esto recae en ti y en los que son como tú. Escucha un consejo, querido, hártate de una vez. Explota y libérate, porque cada vez será más duro. Vive un poco, que no es tan difícil.

dimecres, 9 de desembre del 2009

A cinco pasos de la muerte.

Me mantienen encerrado. Quieren que me altere, que tome miedo y conciencia a partes iguales. Quieren indicarme que son superiores y por eso han podido meterme en este pútrido lugar. Todo está oscuro, pero puedo ver perfectamente los encantadores muebles que forman parte de mi estancia. Una silla. Una maldita silla en toda la celda, eso hay. Las paredes son grises, mugrientas, están húmedas y desprenden un hedor vomitivo. El suelo, antaño debió ser del mismo color gris, ahora muestra un color negro pardo. ¿Qué es eso que hay allí? Ah, qué asco, son un par de ratas junto a mis heces. Malditos carroñeros. Sigo encerrado, como un gato, como esas ratas, pero al menos ellas tienen una vía de escape.

El clero ha ido demasiado lejos esta vez. ¿Cuántas cosas van a tomar más? Tengo miedo, consiguen que la intranquilidad se filtre entre mis huesos. Las cadenas crujen y chirrían con el vaivén de mi respiración. Ñiiiic, crec, ñiiiiic, crec. Maldito sonido enfermizo. Cierro los ojos, porque la visión de la solitaria silla no me calma. Pienso en mis páramos, en mi hogar, mi tierra. Una punzada de añoranza me cruza el pecho. Mi madre, mis hermanos, mi mujer. ¿Estarán todos bien? Sólo me cogieron a mí. Como si hubiera sucedido ayer, recuerdo sus caras de pánico, la desolación grabada en aquellos ojos suplicantes, hambrientos, desolados. El llanto de una madre perdiendo a su hijo. La furia de unos hermanos incapaces de proteger a su familia. El dolor de una mujer sintiendo cómo su hombre está a cinco pasos de la muerte. Maldito Dios inexistente. Abro los ojos de golpe y vuelvo a encontrarme con lo más dulce que me han servido hasta ahora: la soledad.

Anoche soñé con ellos. Con mi familia, pero no en su desolación, sino en su felicidad. Íbamos todos juntos a recolectar frutos, mientras Padre cazaba. Ah, sí, Padre. Le recuerdo vagamente. Supongo que él murió por mi misma causa. Nos matan como moscas. Recuerdo esa hierba fresca, verde, mullida. Los amplios montes nevados y los largos inviernos superados eran la prueba de nuestra fortaleza. Puedo notar todavía el jugo de las moras, el néctar de las flores o la carne tierna de oveja. Todavía recuerdo el olor de la felicidad.

Oigo ruídos delante de mí y me veo obligado a abrir los ojos de nuevo. De golpe, dos antorchas iluminan mi celda y el pasillo que me conducirá a la libertad o a la muerte; probablemente a la segunda. Ahora puedo comprobar que estaba equivocado, las ratas no estaban al lado de mis heces, sino de una calavera humana. Qué suerte tuvo de morir aquí. Miro al frente y veo un sacerdote gordo y sudoroso venir hacia mí. Blasfemaría si pudiera abrir la boca. Ahora yazco paralizado de asco delante la visión de un "servidor de Dios".

-Hijo mío, ya sabes por qué estás aquí, ¿no? -se dirije el sacerdote a mí.

No le respondo. No quiero ni mirarle a los ojos. No quiero ver esa cara rechoncha porque cada día tiene algo que llevarse a la boca. No quiero ver el cuerpo que no cabe en mi campo de visión porque no ha tenido nunca que llevar a cabo un trabajo duro. No quiero que me venga con sus rollos de Dios y el perdón divino. No quiero más mentiras e hipocresía que todas las que llevo aguantando.

-Dejadme entrar, no me pasará nada .-dice autoritariamente. Acto seguido, uno de los dos guardias que le acompañaban abre mi celda y el sacerdote entra. El guardia cierra de nuevo a sus espaldas, con lo que se gana una mirada de desaprobación por parte del servidor de Dios.
-Fuera -susurro.
-Es mi deber que confieses tus pecados, hijos. Haré que Dios te vuelva a acoger en sus brazos pues ahora no eres más que un diablo sucio y empequeñecido. Colabora y aliviaré tu sufrimiento.
-Fuera -repito, cada vez más fuera de mí.
-Vamos hijo, confiesa. ¿Cuál ha sido tu pecado? ¿Eres, pues, como dicen, un hereje?
-Mi... ¿mi mayor pecado? ¿Vos, padre, me pedís por mi mayor pecado? -una risa demente convulsiona mi cuerpo y hace que termine revolcándome en el suelo, entre soplidos, intentando respirar.
-Tu conducta me decepciona, te estoy dando la oportunidad de ser absuelto.
-Mi mayor pecado, padre -comienzo, recuperando mi postura inicial en un ademán de conservar la escasa dignidad que me queda-, el más grande que jamás cualquier humano cometió, fue el de creer en Dios.
-¿Cómo? -comienza a interrumpirme el sacerdote, horrorizado por mis palabras.
-Cállese, ¿no quería absolverme de mis pecados? ¡Mi mayor error fue creer en un Dios justo! ¡Creí en él, asistí a la Iglesia, hubiera dado mi vida por esta causa! ¿Dónde está ese Dios? ¿!Dónde vive si no está aquí para liberarme de vuestro abuso de poder!? La Iglesia es la peor plaga que jamás la tierra haya visto. Ni ratas, ni perros callejeros, ni enfermedades, ni diablos.. ¡La Iglesia es la peor plaga! Decidme, padre, cuántas veces rezáis al día. ¡Vos no tenéis fe en nada!
-Silencio. Que Dios se apiade de ti si lo ve conveniente. Tan sólo veo en tus palabras la frustración del mal. Quieres corromper mi corazón, pero mi espíritu es mucho más fuerte.

El sacerdote abandona la sala y vuelven a dejarme solo. Pienso en mi discurso. Realmente nunca me puse a pensar como ahora, cuando estoy tan cerca de la muerte. No pensé que mi vida serviría de algo. ¿Campesino? ¡Revolucionario! Me han llamado hereje, han faltado a mi honor y al de mi familia. Pienso mantener la cabeza bien alta, mirando a todos como lo que son: gusanos. ¿Dios piadoso? Maldita divinidad inmisericorde.

Dos noches después cae la sentencia fatal sobre mis hombros. Al mediodía, hora punta, cuando el primer rayo de sol choque contra las campanas de la Iglesia, mi cabeza rodará por el patíbulo. Así se ha decidio, para "darme una bonita lección" de la casa de Dios. Me tiene harto ese nombre. Tanto oírlo me va a producir vómitos. Esperaré pacientemente la hora en que mi corazón deje de latir y el odio de mis venas se disuelva con mi último suspiro. Contemplaré la muchedumbre sedienta de sangre, gritando blasfemas peores de las que yo pensé. Rogaré para que no quemen mi cuerpo y pueda volver de entre los muertos para convertir su vida en pesadilla.

-Es la hora .-diciendo esto los guardias me sacan de mi celda. Bueno, si miramos el lado positivo, ya no tengo que preocuparme más por aguantar la respiración y no contaminarme de ese aire viciado, seco, maloliente. Camino hacia la luz que en otra ocasión hubiera considerado milagrosa. Sin embargo, ahora hace que me lloren los ojos y note un quemazón muy intenso sobre mi piel. Maldita luz sirvienta de Dios, ni tan siquiera ella quiere ayudarme.

Los guardias no dejan que mantenga mi paso solemne y majestuoso que había imaginado dentro de la jaula. Me empujan con el puño de las espadas y aligero el paso entre trompicones. Al menos el patíbulo sí es como pensaba: un altar de madera. Allí es donde yo posaré mi cabeza y los guardias que están a mi espalda me la cortarán gustosamente. Delante del altar se extiende todo el pueblo y justo detrás, los aposentos del Rey y el sacerdote que vino a visitarme. Oh, me alaba que tan distinguidos señores posen sus reales y divinos culos delante de mí. Quizá debería haber ensayado una reverencia para la ocasión.

Llego a mi destino final, con cinco pasos estaré muerto. El público grita para deshonrar todavía más mi nombre y se ensaña con mi familia. Qué raro, si yo no conozco ninguno de ellos, ¿cómo conocen ellos mi familia? Los guardias me obligan a sentarme, manteniendo la cabeza un poco más baja que mis hombros, formando así una curva con mi espalda. Genial, ahora ya incluso me humillan con mi postura. Retroceden y se mantienen a una distancia prudencial de mí. Veo cómo el sacerdote se levanta, en la lejanía, y conjura en latín a dios:
-Pater Noster, qui es in caelis,
sanctificétur nomen Tuum,
adveniat Regnum Tuum,
fiat volúntas tua, sicut in caelo et in terra.

Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie,
et dimitte nobis débita nostra,
sicut et nos dimittímus debitóribus nostris;
et ne nos indúcas in tentationem,
sed libera nos a malo.

Amén.

Mi estimado público recibe la oración con un gran y esplendoroso "AMÉN" y los guardias asienten. Comienza la cuenta atrás.
Dan un paso mientras yo hincho mi pecho.
1...
2...
3...
4...

-¡Dios es una mentira! ¡La Iglesia es una plaga! ¡Jamás os salvaréis de su ira!

El quinto paso es precipitado y, mientras mi cabeza rueda por el patíbulo y todavía soy consciente unos últimos segundos, veo cómo la gente, aturdida por mi mensaje, chilla y corre en todas direcciones.
Y lo mejor de todo, veo la cara de desorientación del sacerdote. Maravilloso. Por fin existe un Dios.

dilluns, 7 de desembre del 2009

Fama.

¿Crees que eres superior? No, ni tan siquiera piensas que seas alguien importante. Existes. Es todo cuanto haces. Te limitas a crear aquello que mejor puedes hacer. Compones música, vídeos, hablas, escribes, cantas, vives. Haces lo que te gusta, lo que sabes hacer, lo que quieres y lo que amas. La gente te admira por ello. Ve en ti una persona a la que poder seguir, alguien a quien emular. Se convierten en tu sombra. Comienzas poco a poco a ver el mundo. Conoces a alguien, éste habla con otra persona, que a su vez habla con otras y la cadena sigue, multiplicándose cada vez. Las ramas del árbol crecen hasta ser un bosque. Pronto tienes mil personas detrás, suplicándote, amándote, admirándote, apreciándote. Es hipocresía muy sincera. Realmente no les importa tu persona (eso sólo lo miran unos cuantos) sino lo que muestras. No les interesas como ser humano, sino el producto que das al mercado. Sigues tu vida como hasta entonces. Sigues vendiendo tus productos, cantando, disfrutando de tu quehacer; pero en el fondo sabes que has cambiado. Ahora ya no haces el producto sólo para ti, para tu satisfacción y la de unos pocos; a partir de ahora, tu producto será juzgado por una multitu hambrienta de fans. Sí, fans. Ahora eres famoso, tienes fans. ¿Te das cuenta de lo que significa?


Al principio ni le hiciste caso, era otra persona. Ni pensaste que un día llegara a algo importante. Existía. Se limitaba a hacer lo que le gustaba, cantar, vivir, escribir, componer. Comenzó poco a poco, exponiendo sus productos. Gustaron, claro, encantaron. Primero habló una persona a otra, ésta comunicó con dos más, que a su vez, dijeron a otras. La cadena se sucedió hasta que las ramas del árbol formaron un bosque. Ahora tiene mil personas tras de sí, evaluándole continuamente. Le admiran, le quieren, le aman, le aprecian, le suplican. Son hipócritas, pero sinceros. No le quieren por lo que es, sino por el producto que vende (aunque no todos son así). Son miles de vidas que en algún momento, le dedican un poco de tiempo a esa persona. Se han convertido en su sombra. Tú también le sigues, claro. Esa persona te atrae y la admiras sinceramente, no por todo lo que hace, sino por lo que es. Le conoces como conoces a un amigo. Sabes casi todo de él: te has dedicado a observarle. Lamentablemente, desde tu condición de fan, él no te conoce. Hay tantas personas como tú. Y una vez más, estás en medio de la multitud sin destacar. ¿Te das cuenta de lo que significa?



-Gia, quieras o no, eres famoso. Así que ya sabes, te lo dedico. Te quiero.

dissabte, 5 de desembre del 2009

Injusticia.

Pensando, única y exclusivamente, que el mundo es injusto. Porque tú no decidiste ir a bancarrota, porque no quisiste que tu mujer te dejara y que uno de tus hijos muriera en un accidente de tráfico. No decidiste ninguna de las tragedias que te han sucedido. Sin embargo, ahora notas el impacto del suelo contra tu cuerpo. Eso sí lo decidiste tú.

dimecres, 2 de desembre del 2009

Utopías.

-Utopías, eso mismo. ¿Qué son?

-Las utopías son sueños, creencias, pensamientos. Deseos de algo mejor, de un día de mañana más bueno, pero, ¿se cumplirán? Las utopías están destinadas a no cumplirse. Eliminar las guerras, erradicar el hambre en el mundo, política justa, basta a la hipocresía... todo eso son utopías. ¿Cómo vas a enseñarle a un perro a no morder si es para protegerse? ¿Cómo le dirías a un león que no matara si se alimenta de ello? ¿Cómo decirle a un lobo que no persiga si así vive? Si no puedes, ¿cómo le dirás a una persona que no sea egoísta si lo hace por su bien? Las utopías están destinadas a ser fallidas. Intenta cambiar el mundo desde cero. Quita la hipocresía, quita los políticos, haz de ellos gente humilde. ¿Podrías? No. Es una utopía.

-¿Y la vida?

-Apreciar las utopías es bueno, siempre es bueno creer en algo que puede que nunca llegue a suceder. Eso mismo son los sueños, ilusiones. Que jamás te rompan tus deseos. Cuando el mundo se va y todo lo que ves en la vida es negro, lo único que te puede mantener vivo es el sueño de un día mejor. Sin eso los humanos seríamos simples cachos de carne.

-¿Amor?

-Puede que no confíes en mí, puede que confíes demasiado. Puede que debas confiar más en mí, puede que no debas confiar tanto en mí. Ver a tu ser querido llorando es una de las peores torturas que te pueden inflingir. Deseas morir, darle tu vida y tu felicidad a esa persona. Deseas matar a todo aquel que fue capaz de quitarle su sonrisa. Cuando te sientes solo y ves que no puedes mal, compruebas que la vida es siempre como dicen "Rosa pero ocultando el color". Buscas en los libros y encuentras siempre la misma historia repetida, siempre el superarse a sí mismo para obtener un final feliz... pero la vida no es un libro. Cuando sientes todo ese dolor, no es nada comparado con el pesar de ver a tu amado triste.

-¿Más que amor?

-Me dirijo a ti. ¿Cuánto dolor habrás acumulado? ¿Cuántas utopías intentaste cumplir y se quedaron en fallidas? Verte llorar es el peor pesar que jamás sentí. Puedo dedicarte tantas palabras, "te quiero, te amo, mi amor, no llores, todo irá bien, mañana será otro día...". Sé que nada de eso te calmará. No sé qué te ocurre ni espero que me lo cuentes. Te quiero. Cuando todo vaya mal, yo estaré allí para tomarte de la mano. Eres la luz de mis ojos, sólo que ahora estás eclipsada por algo peor. Quizá yo perdí mis alas durante la batalla, pero puedo seguir andando. Cuando sientas que ya no puedas más, vendré a tu lado y caminaré a ciegas contigo. Nunca más volverás a estar solo. ¿Más que amor? Al menos no puedes mentirme.

-¿Utopías? Sí, utopías.

-Mil sueños sin cumplirse. Quizá. Borra mis palabras si no quieres verlas. Pero no olvides jamás mis deseos. Eres como la marca de un hierro candente. Jamás olvidaré tu huella. No me borres de tu vida. Te quiero mucho.