-Eres una niñata que, como no sabes hacer nada más, sólo buscas llamar la atención de la gente.
-¿Y tú qué sabrás de mi vida? He dicho que no quiero hablar -le espeté.
-Eres una malcriada y una infantiloide, yo sí quiero seguir hablando -me insistía él.
-Claro, pues yo no sé quién de los dos es más infantil ahora mismo, pero ya te he dicho que me da igual. ¿Cuál es la finalidad de esta conversación?
-Pues ahora no recuerdo -me dijo en tono irónico- ah, sí, abrirte los ojos -concluyó con una malévola sonrisa.
-¿Abrirme los ojos? ¿Para ver qué?
-Para que te des cuenta de que el mundo no es como tú lo ves. No es una mierda, ¿sabes? Hay muchas cosas bonitas que te estás perdiendo. Seguro que por cualquier tontería lanzas la toalla y dices "no puedo más". No tienes ni idea de cómo puede llegar a ser de cruel esta vida. Por eso mismo pienso que eres una niñata malcriada e infantil.
-Estoy bien -dije con sencillez.
-¿Cómo? -parecía que él no me había entendido.
-Que estoy bien, digo. Si quitamos los problemas que tengo en este momento, estoy genial.
-Sabes la solución a dichos problemas -dijo con voz pesarosa.
-Escúchame bien, podrás pensar que soy una estúpida, pero jamás les haría daño. A ella la quiero más que a mi vida. Nunca, tenlo presente, haré algo que pueda perjudicarla si tengo plena conciencia.
-Allá tú. Me voy, tengo asuntos que solucionar.
-Eres un imbécil.-la última frase que le dije.
Las siguientes dos horas las pasé meditando. Tristemente, aquel chico iba a acabar mal. Le quería mucho pero ella era mi prioridad. Aun a día de hoy, me cuesta recordar el nombre de aquella persona que se metió en mi vida a empujones, que me hizo llorar pero a quien, irremediablemente, llegué a amar. Cuando pienso en él, un torrente de emociones me baja por las mejillas. Nunca quise el final que tuvo y más sin poder despedirme. Aquellas dos horas fueron un verdadero infierno. Era consciente de que no volvería a hablar con él. Sentía ganas de correr en todas direcciones, de llorar, de morir, de vivir, de alejarme, de ir tras él... Estaba confusa, terriblemente perdida en una oscuridad insondable. Las emociones que más noté fueron "injusticia" y "culpabilidad". Ambas enfrontadas. Pensaba que eran injustas sus palabras pero, precisamente por éstas, me sentía culpable. Puede que si no nos hubiéramos llegado a conocer, ahora él mostraría su sonrisa. Pero, desgraciadamente, no volverá a sonreír. Nuestra última conversación fue dura, nos gritamos, pero ya no volverá a hacerlo. Dos horas después, su cuerpo yacía inerte sobre una camilla de hospital.
-¿Le conoces? -me preguntaba un oficial de policía. Yo me limitaba a mirarle, asentí casi imperceptiblemente, pero no aparté la vida del uniformado. No quería ver a mi amigo muerto. No quería ver su cara inexpresiva, sentir su cuerpo frío.
-Deja a la chica, es muy pequeña, debe ser un golpe muy duro para ella.-dijo otro policía, apareciendo desde una puerta trasera en la que yo no había reparado.- ¿Cuántos años tienes, chiquitita?
-Trece -susurré.
-Madre mía, pobrecita. Si quieres, puedes irte a casa. No te haremos más preguntas en unos días, descansa.-me concedió el primer policía, visiblemente apenado por mi corta edad y el traumático suceso.
Algún gesto mío, quizá una negación de la cabeza, debió indicarles que no pensaba marcharme. Simplemente, recogieron sus mochilas y me dejaron sola en la habitación. Decidí enfrentarme a la muerte. La visión era horrible. Todo su pálido cuerpo estaba cubierto de magulladuras. Tenía cardenales en el cuello, las muñecas, la cara. Sus labios estaban partidos. Si tenía los huesos rotos, los médicos lo habían disimulado. Agradecí esa dedicación. Lo que más me llamó la atención fue que no encontré un cuerpo inexpresivo; sonreía cálidamente y aquel gesto le llegaba a los ojos cerrados. Si no hubiese tenido todos esos golpes, pensaría que estaba durmiendo. Creía que me encontraría con un ser apenas reconocible, pero la imagen de mi amigo, pese a estar muerto, me reconfortó. Era él.
No pude despedirme y mis últimas palabras fueron "eres un imbécil". Bonita frase para no volver a ver a un compañero. Aun a día de hoy lloro su muerte. Tantas preguntas me hice. Crees que no puede sucederte nada malo hasta que te pasa. ¿Violaciones, muertes, atracos y secuestros? Son letanías lejanas. Eso no puede ocurrirte a ti. Hasta que un día algo cambia tu vida, debes madurar para afrontar los nuevos hechos. Las transiciones al mundo crudo nunca son agradables. Ahora agradezco la mía, puesto a que me he vuelto fuerte. La mayor comprensión que he hecho en mi corta vida fue la que la muerte me enseñó. "La existencia no es más que un suspiro entre dos madrugadas".
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ToT
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