dimecres, 16 de desembre del 2009

Mentiras y medias verdades.

-¡Eres un mentiroso! -le chillé, incapaz de contener toda la rabia que sentía
-Cariño, no tienes ni idea.- bajó la cabeza en señal de desaprobación.
-¿Yo? ¿Que yo no tengo ni idea? ¡Y no me llames cariño! ¡No soy nadie para ti!
-¿Quieres calmarte? Este altercado es innecesario. Piensa bien antes de decir las cosas. Siéntate, respira hondo y hablemos con calma, por favor.
-Cierto, no tengo ni idea. Pero te lo agradezco, me has abierto los ojos. Acabas de descubrirme cuán daño me has hecho hasta ahora. ¿Y todo ese amor? ¡Fueron mentiras! Voy a advertirte, seriamente, y no menosprecies mi amenaza. Desaparece de aquí -siseé- y no quiero volver a verte nunca. ¿Me has oído bien? ¡Nunca!
-Eres una estúpida. He hecho mucho más por ti que cualquier persona de tu alrededor. Estás ciega de estupidez. ¿Quién ha sido esta vez? ¡Venga! ¡Dímelo, puta! Dime quién cojones ha vuelto a meterte ideas extrañas en la cabeza. ¿Has hablado con tu madre? -me dijo levantando la voz y perdiendo los nervios.
-¡Cállate! ¡¡VETE!!

Miré horrorizada cómo se acercaba a mí con la cara roja de impotencia. Me miró como si pudiera matarme sólo con los ojos. Las lágrimas me caían mejillas abajo, como dos ríos descontrolados. Mi templanza se había evaporado delante de la imagen del diablo. Eso pensé que sería: el demonio. Había soportado todo cuanto podía de él. Engaños, sucias mentiras y medias verdades.

-Eres una furcia. Jamás comprenderás todo el bien que hice por ti. Nunca podrás agradecérmelo suficiente .- Enfatizó sus últimas palabras con la bofetada que recibí.

Mis padres no me habían dado una enseñanza dura en que los castigos resultaban físicos. Siempre habían tratado los errores como posibles mejoras y, sobre todo, siempre hablando. El golpe me dejó aturdida. El chico a quien amé estaba destruyendo mi mundo y todos los cánones que conocía de "normalidad". Para mi suerte, después de la agresión se marchó. Me dejó llorando en el suelo, desconsolada, aferrándome a la vida.

Pasé horas sin conseguir moverme. La mejilla derecha, donde él me golpeó, me ardía. Sentía cómo se descomponía mi corazón. Primero, caía hacia una oscuridad insondable. El mundo desaparecía, borroso, entre mis lágrimas. Luego, el impacto con la realidad me destrozaba la cabeza. Notaba cómo mi corazón se deshacía en menudas piezas. Mis sentimientos, resquebrajados por la confianza rota, se esparcían buscando un lugar donde morir. Mi pensamiento intentaba desconectarse, haciendo que olvidara cómo respirar o cómo seguir con vida. Sin darme cuenta, acabé completamente tumbada. El frío del suelo consiguió que una parte de mí se tranquilizara y llegué a dormitar. Soñé cosas extrañas y confusas: mezclando el dolor que me casuó el chico a quien amé y la dulzura de estar entre sus brazos. Una parte de mí todavía se aferraba a la calidez de su sonrisa.

Cuando desperté, cerca de la medianoche, me encontraba totalmente desorientada. El tiempo pasaba lentamente, con el cadencioso tic tac de mi reloj de pulsera. Cerré y abrí varias veces los ojos hasta que me di cuenta de dónde dormía. Había caído sobre el suelo del recibidor y allí yacía todavía. Sentía todo el cuerpo magullado y pesado. A esa hora, cuando el campanario de la calle anunciaba el apogeo de la noche, descubrí el mundo de mentiras en el que había estado viviendo.

"Te amo. Mi amor, nunca te haré daño. ¡Cariño, eres importante para mí! Mi dulce bombón. Eres tan dulce que te comería entera. Eres la guindilla de mi tarta. Si yo soy tu chocolate, ¿tú eres la boca que va a comerme?" . Tantas palabras bonitas me dedicó. No me atrevería a decir que todas eran mentira. Quizá, por remota que pareciera la posibilidad, alguna vez me quiso realmente. Medias verdades, cubiertas por el más dulce de los postres. Mentiras escondidas tras el azúcar de sus caricias. No tuve yo la culpa, ¿no?

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