dimecres, 29 de setembre del 2010

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Todo se quedó oscuro, aunque yo no decidí apagar las luces. Todo se confundió, aunque yo no decidí cerrar los ojos. Todo murió, aunque yo no escogí cómo pensar. Todo nació, aunque yo no tuve elección sobre mi camino. Sí, quizás con esfuerzo habría podido tener alguna oportunidad pero... ¿cuando todo se funde, por qué luchar? Triste triste, el mundo se hunde.

Y esta es la gota que colma el vaso. No volveré a luchar. Jamás. Adiós a todos.

dimarts, 28 de setembre del 2010

Inmensidad azul.

De vez en cuando, echaba la vista atrás. Conducir había sido, con mucho, lo más sencillo de mi viaje. La verdad es que no tenía el carnet, pero tampoco me importaba mucho. Total, la vuelta ya la tenía solucionada. Me deleité con cada ábrol que entraba en mi campo de visión: recorrí milímetro a milímetro el verde de las hojas, deslizándome por el tallo fibroso acabando en un profundo marrón marcado de matices. Irónico era el día, pues los pájaros piaban y el sol se presentaba bien alto sobre las montañas. Repasé el estado en el que había dejado la casa: la cama sin hacer, la televisión encendida, todo hecho un desastre. Ah, y se me había olvidado regar las plantas, de nuevo. Pero esta vez no iba a permitir que los problemas inundaran mi cabeza, no tenía ganas de pensar más. Puse música -sonaba un preludio de Chopin dedicado únicamente a la mano izquierda de un piano- y me relajé. Podría haberme dormido en ese estado aunque, claro, eso es conducción temeraria.

Ahora pensándolo bien, sonrío para mis adentros. Lo que hice fue una estupidez, de acuerdo, pero era necesario para seguir avanzando en mi "vida". O lo que yo llamaba vida. O lo que yo creía que era la vida. La cuestión es que aparqué, mal, por supuesto, y dejé el volumen bien alto, el coche abierto y las llaves puestas. Reflexioné unos cinco minutos acerca de lo que iba a hacer, pero no encontré más motivos. Entonces, se me ocurrió algo: todavía llevaba la carta en el bolsillo. La dejé sobre el asiento del conductor, era muy importante que la encontraran: en aquel cacho de papel estaban todos los motivos que me inducieron a huir; y también la despedida de mi amado.

Me acerqué al barranco y miré abajo: encontré un enorme mar azul salpicado de manchas grises, las rocas. "Que sea rápido" pensé y clavé la vista en aquella inmensidad sin fondo. Calculé a ojo la distancia: demasiada como para sobrevivir. Miré atrás a tiempo de ver cómo se congregaba la policía y mis familiares cerca del coche. Habían llegado bastante rápido. Entonces, me giré y me dirigí a ellos. Les dediqué una sonrisa, me despedí con la mano y salté.

Y aquí estoy ahora. Muerta.

dissabte, 25 de setembre del 2010

Gracias y perdón.

Si alguna vez te grité, esa no fue mi intención. Lo que pretendía era que mis palabras calaran bien hondo en tu corazón y que, una vez llegaran en el centro de tus emociones, arrelaran fuertes y permanecieran allí durante mucho tiempo. Jamás quise hacerte ningún tipo de daño, pues, si vivía era únicamente para contemplar tu sonrisa día a día.

Tengo que darte las gracias. Ahora es mi momento: cierro los ojos, pienso en ti, muy lejos de aquí, y te doy las gracias. Gracias por darme paciencia, amor, cariño, sabiduría, consejo, caminos, formas, recursos, palabras y todo lo que necesité. Gracias por estar siempre ahí, incluso antes de que te llamara. Gracias por el paraguas que me dejaste cuando la lluvia era tan fuerte que ni siquiera podía verme las manos a través de ella. Gracias por darme un trago de agua cuando el calor era tan sofocante que podría haber acabado con el océano atlántico en cinco minutos. Gracias por decirme tantas palabras bellas. Gracias por hacerme sentir entre algodones y pétalos de rosas. Gracias por darme esta oportunidad: por darme la oportunidad de sentirme querida, de sentirme amada, de sentir que a alguien le importo; por darme la oportunidad de quererte. Y gracias, sobre todo, por amarme.

Te pido perdón. Sí, ahí donde estás, lejos de mí, demasiado lejos donde no puedo oír tu corazón latir. Te pido perdón por esas mil riñas que hemos tenido. Te pido perdón por no haberte dejado un bolígrafo cuando tú no tenías y a mí me sobraban dos. Te pido perdón por haber acudido a nuestra cita diez minutos tarde aun siendo yo la que vivía más cerca. Te pido perdón por no haberte recordado lo muchísimo que te amo, lo enormemente importante que eres en mi vida, más a menudo. Te pido perdón por no haberte podido dar el cielo, la luna y las estrellas en bandeja de plata. Te pido perdón por no estar ahí cuando me necesitabas. Te pido perdón por quererte hasta dañarte. Te pido perdón por los celos y los llantos. Te pido perdón por existir. Te pido perdón por ser yo y no nosotros.

Si aún tenías dudas, te amo. Si aún las tienes, te amo. Si jamás las vuelves a tener, te amo.

dilluns, 20 de setembre del 2010

Sueños cálidos.

Después de mucho pensar en ello, quizás encontré la respuesta adecuada. Me tumbé sobre la cama mirando al techo, con las luces apagadas. La oscuridad me envolvía como una manta acunadora, y en ella, me sentía bien. La verdad es que estaba confusa, puesto a que las veces que pensaba -las raras veces que pensaba- siempre eran para solucionar un problema. Así pues, pasé largas horas en esa habitación, viendo nada, escuchando los coches pasando por la calle y aspirando el olor a polvo viejo.

Cuando cerré los ojos, las imágenes abordaron mi mente como las olas de un furioso vendaval azotan un velero. Y en ellas me perdí, durante extrañas horas. Pensando en todo lo que había pasado: desde el primer beso una tarde de verano hasta el último adiós en una mañana de frío invierno; los largos paseos matutinos bajo una luz incierta, mientras me decías "lo nuestro es siempre y es siempre infinito"; las caricias tiernas en una cama pequeña, y en una cama de dos; las miradas cómplices, las palabras encadenadas enmedio de gente que no entendía nada. Y quizás luego, pensando y soñando, que estabas detrás de mí, tumbado tan cerca que podía sentir el latido de tu corazón. Y divagando entre los espacios en blanco de mis emociones, percibir un abrazo amoroso, muy apretado. Las lágrimas ya resbalaban por mis mejillas cuando desperté y vi todo lo que tenía al lado: negrura.

Abracé un cojín y volví a cerrar los ojos, esperando sumirme en ese sueño cálido. Una vez más. Una última vez más.

diumenge, 19 de setembre del 2010

Así.

Era casi imposible de describir. Como cuando te falta el aire, y por más que inspiras profundamente, los pulmones te siguien pidiendo más. Como cuando el cuerpo, tras un día duro, te pide dormir. Cuando por más que estés sentado, sigues sintiendo cansancio. Así, y así, lo sentía. Así, y así, lo amaba.

http://www.youtube.com/watch?v=VA0IAbizUfg&NR=1

dissabte, 18 de setembre del 2010

Al fin y al cabo, tú.

De pequeños siempre idealizamos cuentos infinitos, con princesas encerradas y maltratadas, con un príncipe azul dispuesto a salvarla del malo dragón. Pero luego, creciendo y muy lejos de la infancia, el dragón es el mejor amigo de esa perra rosa que busca los machos vestidos de turquesa. Muy, muy apartado de la realidad, residen los sueños con los que alguna vez, y de pura casualidad, soñamos. Porque muy, muy escondido entre toda la oscuridad, queda aquella luz, pequeña e ínfima, que brilló con tanta fuerza en nuestros puros corazones.

Luego verte a ti. Dentro de un sueño, un deseo y un anhelo. Luego, verte a ti. Dentro de un mundo, de un universo y de un sistema. Parece imposible que entre tantas palabras tiernas exista el dolor. Detrás de aquella pared, tantas tardes viendo la puesta de sol, ponerse de pie y recibir el mejor beso cada día. Y el siguiente superar el anterior para poder ser superado por la próxima tarde. Vestir vestidos, vestir pantalones y camiseta. Llevar chaqueta, llevar chal, llevar abrigo, llevar bufanda. Ponerse faldas, ponerse tacones, ponerse sombreros. Cambiar siempre, por estación y por tiempo. Pero verte a ti al final de cada día.

El mundo se mueve lentamente a tu alrededor, como una cámara estropeada y vieja, mostrando largas líneas a través de una imagen. Como viendo una foto en blanco y negro, una sepia y una en color. Como ver el niño que eras antes y el adulto de ahora. Como escuchar el ruído infernal de un violín y la cadenciosa melodía de después. Como coger un cubito de hielo, metérselo en la boca y sentir cómo se funde. Moviéndose todo, pero verte a ti. Cerrar los ojos y pensar en ti. Morir cien veces y vivir en ti. Respirar y olerte a ti. Comer y saborearte a ti. Al fin y al cabo, tú.

dimecres, 15 de setembre del 2010

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Fui a la cocina oyendo sólo mis propios pasos. El mundo estaba en silencio a mi alrededor, pues mis padres estaban trabajando y mi hermano en el instituto. No tenía mucho que hacer, mis deberes descansaban acabados, la televisión emitía programas aburridos y la música ya me sonaba repetitiva. Últimamente no habían sido "mis días". De hecho, había olvidado ya el concepto del "bienestar". Pero aún así, con una sonrisa falsa, los ojos de piedra y el corazón de goma, había conseguido de alguna manera sobrevivir. El reloj anunciaba la una de la tarde, interrumpiendo mi serena ruta. No disponía de mucho tiempo, tenía que darme prisa.

Así entré en la pequeña cocina, equipada con un horno, fogones y encima un estractor; al lado, un gran tablón de piedra de construcción gris cerca de un fregadero con acabados de metal. A cierto miembro de mi familia se le había olvidado poner el lavaplatos. No me entretuve para buscar en la despensa algo para comer; mi objetivo era más concreto. Tampoco pasé por el frigorífico. Directamente, me dirigí al cajón de los cubiertos y saqué un cuchillo. Lo puse enmedio de mi cuello y esperé.

A día de hoy es un tema difícil de tratar. ¿Por qué hice eso? Quería experimentar la sensación de tener una vida entre mis manos, aunque fuera la mía propia. Quería experimentar la muerte de primera mano: tanto el hecho de asesinar el ente vivo como notar la falta de aire. Ese cuchillo me proporcionó la respuesta a una pregunta fundamental: ¿Sería capaz de quitarme la vida? Sólo de pensarlo un jadeo se alzaba por mi garganta, y los latidos de mi corazón se incrementaban considerablemente. Evidentemente que resolví esa duda: Sí, sería capaz. No, no lo hice.

Sin embargo, ¿por qué?