De vez en cuando, echaba la vista atrás. Conducir había sido, con mucho, lo más sencillo de mi viaje. La verdad es que no tenía el carnet, pero tampoco me importaba mucho. Total, la vuelta ya la tenía solucionada. Me deleité con cada ábrol que entraba en mi campo de visión: recorrí milímetro a milímetro el verde de las hojas, deslizándome por el tallo fibroso acabando en un profundo marrón marcado de matices. Irónico era el día, pues los pájaros piaban y el sol se presentaba bien alto sobre las montañas. Repasé el estado en el que había dejado la casa: la cama sin hacer, la televisión encendida, todo hecho un desastre. Ah, y se me había olvidado regar las plantas, de nuevo. Pero esta vez no iba a permitir que los problemas inundaran mi cabeza, no tenía ganas de pensar más. Puse música -sonaba un preludio de Chopin dedicado únicamente a la mano izquierda de un piano- y me relajé. Podría haberme dormido en ese estado aunque, claro, eso es conducción temeraria.
Ahora pensándolo bien, sonrío para mis adentros. Lo que hice fue una estupidez, de acuerdo, pero era necesario para seguir avanzando en mi "vida". O lo que yo llamaba vida. O lo que yo creía que era la vida. La cuestión es que aparqué, mal, por supuesto, y dejé el volumen bien alto, el coche abierto y las llaves puestas. Reflexioné unos cinco minutos acerca de lo que iba a hacer, pero no encontré más motivos. Entonces, se me ocurrió algo: todavía llevaba la carta en el bolsillo. La dejé sobre el asiento del conductor, era muy importante que la encontraran: en aquel cacho de papel estaban todos los motivos que me inducieron a huir; y también la despedida de mi amado.
Me acerqué al barranco y miré abajo: encontré un enorme mar azul salpicado de manchas grises, las rocas. "Que sea rápido" pensé y clavé la vista en aquella inmensidad sin fondo. Calculé a ojo la distancia: demasiada como para sobrevivir. Miré atrás a tiempo de ver cómo se congregaba la policía y mis familiares cerca del coche. Habían llegado bastante rápido. Entonces, me giré y me dirigí a ellos. Les dediqué una sonrisa, me despedí con la mano y salté.
Y aquí estoy ahora. Muerta.
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