dissabte, 18 de setembre del 2010

Al fin y al cabo, tú.

De pequeños siempre idealizamos cuentos infinitos, con princesas encerradas y maltratadas, con un príncipe azul dispuesto a salvarla del malo dragón. Pero luego, creciendo y muy lejos de la infancia, el dragón es el mejor amigo de esa perra rosa que busca los machos vestidos de turquesa. Muy, muy apartado de la realidad, residen los sueños con los que alguna vez, y de pura casualidad, soñamos. Porque muy, muy escondido entre toda la oscuridad, queda aquella luz, pequeña e ínfima, que brilló con tanta fuerza en nuestros puros corazones.

Luego verte a ti. Dentro de un sueño, un deseo y un anhelo. Luego, verte a ti. Dentro de un mundo, de un universo y de un sistema. Parece imposible que entre tantas palabras tiernas exista el dolor. Detrás de aquella pared, tantas tardes viendo la puesta de sol, ponerse de pie y recibir el mejor beso cada día. Y el siguiente superar el anterior para poder ser superado por la próxima tarde. Vestir vestidos, vestir pantalones y camiseta. Llevar chaqueta, llevar chal, llevar abrigo, llevar bufanda. Ponerse faldas, ponerse tacones, ponerse sombreros. Cambiar siempre, por estación y por tiempo. Pero verte a ti al final de cada día.

El mundo se mueve lentamente a tu alrededor, como una cámara estropeada y vieja, mostrando largas líneas a través de una imagen. Como viendo una foto en blanco y negro, una sepia y una en color. Como ver el niño que eras antes y el adulto de ahora. Como escuchar el ruído infernal de un violín y la cadenciosa melodía de después. Como coger un cubito de hielo, metérselo en la boca y sentir cómo se funde. Moviéndose todo, pero verte a ti. Cerrar los ojos y pensar en ti. Morir cien veces y vivir en ti. Respirar y olerte a ti. Comer y saborearte a ti. Al fin y al cabo, tú.

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