dilluns, 18 d’octubre del 2010

Ojos.

No le miré a la cara. No era capaz. La visión de esos ojos pardos mirándome expectantes, me resultaba demasiado dolorosa. Y aún peor era saber que cuando me girara hacia su rostro, lo único que vería serían dos perlas oscuras y aceradas por el odio. No tenía fuerzas para enfrentarme a eso de nuevo, pero tenía que hacerlo. Aunque trates de huir de los problemas, muchas veces éstos son superiores a tus capacidades. Y te alcanzan. Y son peores que antes.

No sabía dónde esconderme, y eso era lo que quería. No tenía ningún motivo para enfrentarme a ese dolor, encararlo y vencerlo. O simplemente no tenía las ganas de soportarlo de nuevo. Pero estaba allí, amenazándome. Y yo no lo quería.

Tuve que hacerlo. Miré su cara fijamente y me sorprendió encontrar tristeza en aquel bosque sin hojas. Casi podía adivinar las gotas de rocío en las ramas desnudas. Eso habría sido mucho peor al desenlace que yo imaginaba si no hubiera sido por el abrazo. Volver a sentir la piel sobre mi piel y la respiración en mi nuca, me calmó. Me fundí y me convertí en loba por las praderas.

En loba en aquel bosque. En amor en sus ojos.

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