diumenge, 3 d’octubre del 2010

Las cosas no funcionan, babeh.

Cuando vi a aquélla chica tumbada sobre la hierba, decidí que tenía que hacer algo. Quizás yo no la conociera mucho o quizás ella fuera mi mejor amiga, pero era una persona en apuros que yo estaba dispuesta a ayudar. Y más que dispuesta, iba a hacerlo. Así, sin más, me senté a su lado y le sonreí. Tampoco tenía ganas de sonreírle, tenía muchos problemas apuntando con destrozar mi corazón, pero, ¿qué más da que sufras tú cuando los de tu alrededor son felices? Le tendí una mano, y entre aspavientos de confusión y risitas nerviosas de miedo, le dije "Todo irá bien, tranquila". Y todo fue bien. Luché por lo que había prometido que lucharía, me enfrenté a ello con dudas, valor, angustia y fervor. Por el camino encontré a otras personas heridas, más de una me pidió ayuda. Me senté con todas ellas, hablando largo y tendido con las necesidades de cada uno. Algunos, sofocados por el desamor; otros, irascibles por las desgracias propias. Pero en todos ellos algo en común: una necesidad enorme de cariño y confianza.

Supongo que dicho en frío no tiene la misma importancia, y que de hecho, para hablarle a la pantalla del ordenador, suena ridículo. Pero yo pedía una pizca de confianza. Les miré, les hablé, les aconsejé y les ayudé. Yo a cambio quería un poco de "Muy bien, sigue así" y otro de "Vale, confío en ti, espero que puedas hacerlo". Pero curiosamente son las palabras más difíciles de oír, en este ambiente. Sí, supongo que me lo merezco, todo el silencio conseguido. Y de lejos, ¿cómo se ve? ¿Como egoísmo puro? Vaya.

La chica me devolvió la sonrisa y supe que algo había cambiado dentro de mí. Me enfrenté a lo que hizo falta para ver de neuvo aflorar esa sonrisa entre unos labios tímidos. Pero lo conseguí. Y eso me acarreó problemas, pero lo había conseguido. Ahora aún me pregunto, ¿por qué? Pero lo había conseguido.

De repente, ya no había ni confianza ni amigos. Simplemente, la persona a la que yo quería se marchó, dejando tras de sí un reguero de sangre y dolor. La miré, vi cómo caminaba inseguramente, mirando atrás de vez en cuándo, y cómo yo era incapaz de alzar la voz o dar un paso hacia delante. Me quedé mirándola, nada más. Seguía ayudando a la chica, mientras las pesadillas se sucedían noche tras noche: te queremos matar, te queremos matar, estás sola, estás sola. Porque sola era lo único que me daba miedo. Porque la solitud es con lo único que pueden amenazarme.

Seguí adelante, mientras el dolor martilleaba mi corazón, y ayudé cuanto estuvo en mi mano. Ella me devolvió la sonrisa y procuró calmar mis malas muecas, pero no lo consiguió. De hecho, nadie jamás lo ha conseguido. Pero al final, logré dar un paso. Y tras este paso, dos más. Cada vez más rápido, hasta que eché a correr. Pronto vi a aquella persona, dando tumbos entre los arbustos, y pude alcanzarla. Pero, ¿dónde quedó todo el amor?

Las discusiones que se sucedieron, se suceden y se acaban. Miro sin comprender, porque veo sin ver. Pero por más que lo intento, no doy con la respuesta adecuada. Haga donde haga, siempre me equivoco. Haga lo que haga, siempre erro. Y al final me canso. Me canso de mirarme en el espejo y odiarme: odiarme por psicología y odiarme por físico. Y me canso de hablar y cagarla, de hablar y ayudar, de hablar y malhablar. Al final de toda esta cadena, ya no me pasa nada.

Pronto el Rey se hartó de mí, la princesa quedó suspendida en un aire incierto y yo volví a las mugrientas cocinas de las sirvientas. No me gustaba aquel trabajo, pero no quería quejarme. No me gustaba vivir así, pero tampoco quería morir. Quería... algo que había olvidado. Algo tan ancestralmente anhelado que no podía pronunciar.

Me cansé de ayudar. Todas aquellas personas a las que yo había tendido la mano, ¿dónde estaban ahora? Yo era la juzgada. Si bien es cierto que yo fui quien deicidió dejar atrás los miedos y luchar, siempre era la juzgada. Como un cerdo, como una vaca, como una oveja esperando en el matadero.

Aquí estoy en un juicio incierto que de ninguna forma he escogido vivir yo. Sólo sé que no sé nada, y que tampoco quiero saberlo. Quiero esconder la cabeza entre almohadas y desaparecer. Porque, ¿de verdad lo merezco? ¿De verdad soy tan mala persona? ¿De verdad suena todo tan egoísta?

Miro al juez, que me devuelve la mirada con odio. Miro al testigo que apostilla contra mí, que me devuelve unos ojos inyectados en desprecio. Miro al jurado popular, que parece reírse de mí. Y me giro para encontrarme un coro de personas que no conozco y que sí conozco, y todas se regodean de mi estado. Así que miro enfrente, bajo la cabeza y pido perdón.

Y es que, a ver, cuando no tienes amigos, ¿a quién hablarle? Por eso lo cuento aquí.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada