diumenge, 30 de gener del 2011

Nubes de azúcar.

Cuando le miré, su sonrisa se deshilachó hasta convertire en una fina línea, mezcla de incredulidad, remordimientos y tristeza. En cualquier otro momento de mi vida, habría sentido compasión por esa persona que, una vez más, no era capaz de mirarme sino al alza. Quería mentir para poder gritarle, para poder gritarle que ya lo había olvidado todo, que no era nada para mí, que no era nada para nadie. Y aún más, quería mentir para secar las lágrimas que se atragantaban en mis ojos. Pero sólo era capaz de observar el contorno de su cara, el brillo de sus ojos, los mechones de su pelo, la textura de su piel. Cualquier otro movimiento que hubiera hecho, podría haberse adelantado a mí, podría haber adivinado lo que sentía. Pero no fue así. Se limitó a mirarme, con su dulce cara de pena e intentó componer otra sonrisa para mí. Sólo para mí. Únicamente para mí. Me lancé a sus brazos desesperadamente, y si le mentí no lo recuerdo. Pero yo quería eso, quería ese amor, esa ternura, esas nubes de algodón de azúcar.

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