Clavé la aguja hondo en la piel de mi muñeca. Las pocas gotas de sangre que salieron mancharon el instrumento y cayeron sobre la plata, antes pura y reluciente. Quise que tuviera algo de mi esencia, alguna parte que realmente fuera yo, para recordar que todo, en algún extraño momento de mi vida, había sucedido. Sentía esa pequeña pulsera de plata como si fuera un gran corazón palpitante. Habría querido retenerlo entre mis dedos para siempre, sentir ese enorme calor envuelto en una ternura ancestral siempre. Pero cada vez que lo rozaba, él soltaba un gemido agudo. Así siguió deslizándose la sangre por mi muñeca, por la curvatura de mi brazo, hasta llegar a manchar el suelo con gotas irregulares. Yo seguía mirando el brillo de la joya.
La limpié a pesar de haberla ensuciado a propósito. La volví a dejar relucinente para que el grabado de amor que había en la parte delantera, se pudiera leer sin problemas. Había sido un regalo que yo tenía que hacer, pero las circunstancias no me lo habían permitido aún. Amaba ese trozo de metal como amaba a la persona a la que se lo dedicaba. Cuando lo pensé con claridad, el mundo volvió a girar víctima de un tornado incontrolable de emociones. Besé el grabado de plata. Escondí la pulsera en una bolsa de cuero negro. La puse sobre el estante del armario. Una lágrima descendió por mi mejilla.
Subscriure's a:
Comentaris del missatge (Atom)
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada