diumenge, 13 de febrer del 2011

Cruzarse.

En el punto donde se cruzaban perpendicularmente la forma de mi sombra y la de su sonrisa, estaba él. Era la forma bonita de decir que estaba con él. Dentro de él. En él. Cerca de él. O él, simplemente, que era él. Repetía incesantemente este ejercicio hasta que la palabra "él" ya no tenía sentido para mí. Dos letras, dos sonidos, una palabra. Nada más. Pero estaba en ella oculta algo peor, una verdad, un sentimiento, una vida. Temía eso, temía cómo iba a desencadenarse la guerra.

Quería mirarle a los ojos. Deseaba hacerlo. Quería fundirme en ese chocolate de increíble espesura. Quería acariciar su piel. Quería olerla. Quería notarla. Quería sentirla. ¿Dónde estoy? Le miraba muy fijamente. Sabía que si él me lo pedía, yo dejaría el mundo. Sabía que si me lo susurraba al oído, yo me mataría. Sabía que si me besaba con un "ámame" en los labios, yo le entregaría para siempre mi cordura. ¿Dónde estoy?

Volví a empezar. "Cuenta lentamente, de 100 hacia atrás". No, espera, ¿qué viene después del 100? Empecemos otra vez. Empecé quinientas veces más hasta que mi mente pudo centrarse. Todo daba vueltas. Allí estaba yo, allí estaba él. "Espera, vuelve a contar. 100, 99, 98... Empecemos de nuevo". Otra pérdida de los números. ¿Dónde estoy? ¿Dónde estás?

Ahora se separaban casi paralelamente la sombra de mi sonrisa y la forma de su sombra. Espera, estamos al revés. Bueno, no importa. Crucémonos de nuevo.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada