dilluns, 28 de febrer del 2011

Fenrir.

Cruzáronse las más bellas maldades bajo aquella noche maldita. Engendróse el fruto del Oscuro Dios y ella la Giganta. Nació, bajo la Luna, el Ser que hubiere debido destruir este mundo y así por siempre, quedóse su vida decidida.

Cachorro fue en este mundo. Corrió libre por los prados, allí donde el sol apenas acariciaba su pelaje de perlas negras. Forjóse su voluntad de sangre inocente y viento fresco. Lobezno en cría, vivió él de solitarias presas y abundantes aullidos. Tornóse, de cada vez a más, una bestia cruel y sangrinaria; y creció él, alentado del espíritu de sus antepasados.

Irremediable parar su poder, veían los Dioses. Aprisa se dieron en forjar una primera cadena. Ella lo detendrá, ella será su prisión. Por años mantendróle en infinita paz. Mas cuando los eslabones ya se ceñían sobre la salvaje piel del animal, con un aúllido infernal se liberó. Y sin demora, los Sabios crearon la siguiente, Droma que debiere haber realizado la misma función. Cuando en poco intentaron repetir el proceso, la bestia alzóse con gran potencia como un ser humano. El acerado brillo dorado de sus ojos desafió el divino poder. Aquí yacerás, monstruo, pues éste será tu destino final. Mas equivocáronse los Dioses, pues el lobo jamás pudieron apresar.

El nombre de la bestia que resonó por la tierra quedóse grabado en todas sus mentes. Fenrir, el gran lobo, debiere marcar el final a la llegada del Ragnarök. Y así, con más urgencia, decidiéronse los Dioses a servirse de la ayuda de los enanos. Una cadena irrompible tuvieron que crear. En la difícil encomienda, los Artesanos buscaron los mayores materiales. Usáronse la pisada del gato, la barba de la mujer, las raíces de la montaña, los nervios del oso, el soplo del pez y la saliva del pájaro. De aquéllo, como un bendito milagro, nació Gleipnir. Suave, sedosa, la frágil banda que al Diablo debiera encerrar.

De la trampa sirviéronse al lobo. Propusiéronle un seductor juego: la bestia se dejaría encadenar con la lívida cinta, si pudiéndola romper, él se reafirmaría de su poder. Mas el Can no estuvo satisfecho con el juego y a prueba de confianza quiso que un Dios expusiera la mano en su boca durante todo el proceso. Así Tyr, valiente Dios de la guerra y la batalla, colocó su brazo entre las fauces de la bestia.

Al tocar el material con el suave pelaje del animal, éste pudo sentir una cálida sensación finísima. Atáronle en la isla Lyngvi frente al lago Ámsvartnir. Y su aullido recorrió toda la tierra que allí había, al ver que había sido mezquinamente engañado. Sintióse traicionado y así cortó de una dentellada la mano del valiente Dios.

Esperóle allí sentada la gran bestia. Fenrir durmió apresado milenariamente bajo aquella liviana cinta. Mas sólo su cuerpo y su destino saben el fin que su dentadura causará.

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