Tomé sus manos entre las mías y las acaricié con dulzura. Las suyas eran frías y el duro trabajo las había vuelto fuertes. Las mías quemaban contra su piel y se deslizaban con ternura. Le miré a los ojos. Sus tiernos ojos marrones que me devolvieron una mirada lastimera. Lo había juzgado, mal o bien, lo estaba haciendo. Tratándole de pobre por su desdichada vida o tratándole de mentiroso por sus palabras hirientes. Me pregunté, hundiéndome en esos pozos sin fondo, qué era verdad. Se apartó de mí. De la peor forma posible, se apartó de mí. Y yo lo veía, caminando con desgana, los hombros caídos y arrastrando los pies. Corriendo sin poder avanzar de ahí donde su cuerpo se postraba agotado. Lo veía deseando volar hacia una libertad infinita, una libertad verdadera. Pero él ya no era el tierno pichón que yo había conocido. Sus alas se acortaron y murieron secas, dejando paso a las fuertes patas de depredador. Y ahora lo veía deseando la vida humana como es imposible desear nada. Pero ahí estaba. Ahí estaba él.
Su rumor incierto me devolvió a la vida. El frío era intenso. La cama parecía vacía cuando él no estaba a mi lado. Vacía y enorme, rodé por ella hasta tocar el suelo. El suelo helado con los pies desnudos. Caminé hasta la cocina y me hice un café. Me ardía en la garganta. Encendí la calefacción maquinalmente. ¿Dónde te has ido? Miré por la ventana. La lluvia caía en desmedida empañando los cristales. Debajo del balcón, enmedio de la calle, había una pareja. Reía y gritaba moviento un paraguas entre aspavientos. Él era uno y ella otra. Él la abrazó y Ella le besó. La lluvia mojaba mis mejillas y el suelo. Y no sabía dónde esconderme para no volver a ver el sol salir.
Subscriure's a:
Comentaris del missatge (Atom)
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada