dijous, 2 de desembre del 2010

Nada sin ti.

Me miró con esa carita tan tierna y sus ojitos acaramelados. Me pidió clemencia muchas veces y yo no quise hacerle caso. Ella lo intentaba una y otra vez, pero el daño ya estaba hecho y enmendarlo era difícil. Nunca tuve un mal corazón, casi siempre fui tolerante y comprensivo. Pero me había agotado la paciencia y las fuerzas. Ahora la tenía delante de mí, con las lágrimas manchado sus tersas mejillas, y me pregunté: ¿Qué, de todo lo que sé, es verdad? Y después de mucho pensar, llegué a la conclusión de que no puedo afirmar nada. Nada sin ti.

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