dissabte, 12 de juny del 2010

Sueños.

El cielo parecía nublado, mostrando esa lúgubre tonalidad negruzca. Las verdaderas nubes se paseaban pesadamente dibujando el claroscuro sobre la ciudad. La gente se reunía en los pequeños bares, charlando desganadamente sobre temas mundanos. Las cucharillas removían el café, como cada día. El sol se había tomado unas pequeñas vacaciones desde el inicio de esa semana. Los edificios parecían haber perdido toda la esperanza; sólo brillaban por el reflejo de la tenue luz diurna sobre sus ventanas. Las calles tenían un deje aburrido y triste.

Esta vez el negro era opaco. La envolvía como si fuera un huevo, con la única diferencia que su prisión no era, para nada, protectora. Estaba atrapada en una pesadilla de tonalidades muy oscuras. Su pelo, sin embargo, reflujía con los colores del sol: amarillo, rojo y naranja. Los mechones se le arremolinaban en la cara, cerca de los ojos, creando rizos que caían rozando al piel de su cuello hasta llegar a su espalda. Tenía la cara muy pálida, como si el color la hubiera abandonado a causa de toda la oscuridad circundante. Tenía un color rosado pálido, enfermizo, febril. Demostraba la energía que se iba agotando. Lo más destacable en ella eran sus ojos: dos gemas de un verde intenso, verde esmeralda, un color puro. Eran los dos puntos de esperanza entre el miedo. Sus largas pestañas, azules, dibujaban sombras sobre su cara. Miraba hacia abajo, un punto situado a la izquierda de su cuerpo. Soñaba en un paisaje muy lejano, poblado de árboles, con casas diminutas y un rebaño de cabras royendo hierba despreocupádamente. Soñaba con el peso de su lucha, la carga de no saber si volvería a ver un amanecer. Soñaba con el hombre que dejó atrás, su fornido cuerpo, su cabello dorado, sus ojos marrones intensos. Soñaba con la libertad, dudosa de si alguna vez gozó de ella. Soñaba...

No levantaba la vista. No tenía fuerzas para hacerlo, tampoco ganas. Poco a poco, fue fijándose en que la silueta de una mano negra, se le acercaba. Extendida, ofrecía la salida de aquel pozo de tristeza. Dudas, dudas y miedo de tomar la mano salvadora. Dudas, dudas y miedo de que fuera lo correcto. Alargó la suya para entrelazar sus dedos con los negros. De pronto, un dolor muy intenso le curzó el pecho. Levantó la cabeza, moviendo su brillante pelo hacia atrás, y gritó.

El sueño se cortó, dejando de nuevo una pesada negrura. No había mano esta vez para ayudarla a despertar.

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