dimecres, 17 de novembre del 2010
Corazón.
Tenía el corazón en un puño. Lo estrechaba fuertemente contra mis dedos para sentir su latido y su calor. A veces dudaba de aquella autenticidad, como si fuera una máquina imitando a la perfección la esencia humana. Por más que lo mirara, podía adivinar que era como todos los demás. Pero luego acercaba mi oreja a él, y los susurros contenidos en esas cuevas insondables, resonaban como un eco lejano. Hablaban, gritaban, reían y lloraban los murmullos. Y yo me preguntaba: ¿qué estará haciendo? Cuando observaba a los demás, notaba las claras diferencias entre mi pequeño corazón y los suyos. Los suyos, henchidos de orgullo y prepotencia. ¿Y el mío qué? Puro egoismo. Lo estreché más fuerte, deseando que parara de latir. Pero, ¡maldita fuera mi suerte! ¡Aquello dolía!
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