diumenge, 28 de novembre del 2010

F.

Estaba escribiendo cuando entré en el estudio. Ni siquiera alzó la cabeza para mirarme. Por supuesto, tampoco me saludó. Me senté en el escritorio, frente a él. Pero siguió en su trabajo. Los movimientos rápidos y repetitivos de su brazo me dieron a entender que ya no trazaba letras, simplemente intentaba evitar el contacto conmigo. Suspiré. Hasta entonces no había comprendido el abismo tan profundo que había entre ambos.

-Oye.. -traté de comenzar una conversación.

-Mira lo siento, ¿vale? Lo siento. He hecho lo posible. Esto acabó. Acéptalo de una puta vez ya. Adiós.

Dejó el papel y el lapiz sobre la mesa, cogió su americana y su maletín y se marchó por la misma puerta por la que yo había entrado. El ambiente refrescó de pronto y la luz me pareció más mortecina. Otra vez se había escapado de mí. Suspiré de nuevo, aquello no podía traer nada de bueno. Y yo no había hecho nada por detenerle. Claro, de nuevo.

Cogí los garabatos que había olvidado. Miré la hoja teñida de gris. Había el comienzo de un informe y luego, palabras inconexas. "Te quiero. El viento mece las hojas, bajo ellas la sombra cubre mi cuerpo. Cerca de mí te tuve, cerca de mí te quise y muy lejos te veo siempre. El amor, el amor, lo que veo en tus ojos y sale de mi boca. ¿Dónde estás? Ya ha vuelto". Las lágrimas resbalaron por mis mejillas. Eran mis escritos. Los escritos que con ahínco había hecho para él.

Las últimas palabras fueron las que más me dolieron. Por eso lloré.

"Hasta nunca, F."

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