diumenge, 7 de novembre del 2010

No me abras los ojos.

Me deslumbraban las altas luces de Navidad. Ellas arrojaban su esplendor sobre las calles, y las teñían de rojo, verde, azul, amarillo e ilusión. Las personas caminaban entre sus sombras y admiraban la nieve derritiéndose en el suelo. Los abrigos gruesos producían un ruido constante. Los niños reian y gritaban, divertidos. Todo el estruendo de la ciudad acompañado por coches, bocinas y timbres.

El mar mordía la orilla, lamía y se tragaba la arena. El murmullo de la ciudad se oía amortiguado, como si debiera pasar a través de mil cojines para llegar a mis orejas. Me descalcé y me quité los guantes. Me senté sobre la superficie húmeda y dejé que su frescura impregnara mi piel. El mundo real parecía un capricho de algún artista moderno. Aquí las estrellas brillaban con fuerza, y aún con más fuerza, resplandecía la Luna en medio. Sus rayos teñían las olas de plata y volvían el mar argénteo. Dos segundos de aquella visión bastaba para dejarte sin aliento. Yo cerré los ojos. La suave brisa olía a sal. Me mecía el cabello y me susurraba palabras de amor. La temperatura descendía a medida que pasaba el tiempo. Al final, solo quedamos el mar, la luna, el silencio y yo. La nieve se había fundido y la ciudad había quedado dormida bajo el manto de la noche. Era el momento idóneo para pensar. Y lo hice. No me daba miedo estar en medio de ninguna parte. No temía ladrones, violadores, hipotermias o malas personas. Disfrutaba aquel momento como más podía hacerlo. Enterré los pies en la arena. Los pequeños granos acariciaban mi piel. Hundí las manos en la fresca humedad y mantuve entre ellas una concha rota. Era suave, sus cantos estaban redondeados por la fuerza de las olas. Pero todavía se mantenía unida.

Me ceñí el abrigo. Tenía frío. Ignoraba cuánto tiempo llevaba ahí echada. Nadie se me había acercado. El sol todavía no se había levantado. No llevaba reloj. Mi única pista era el constante ronroneo del mar. El agua llegaba ya a mojar mis pies. Pero yo me resistía a moverme. Me resistía a abrir los ojos. Me resistía a volver a la realidad.

Me relamí los labios. Sabían a sal. Tenía la lengua seca. No llevaba ni agua ni comida. Tenía que entretenerme, así que canté: Quiero ver el sol; y él me contestó: quiero verte también. Mi voz se perdió en algún rincón de la playa. Me la devolvió el eco. Con él, vinieron imágenes confusas. Una sala blanca, la luz mortecina de una mañana recién empezada. Los fluorescentes fallaban y cambiaban el rumbo de las sombras a su antojo. Todo era frío, distante, blanco. La gente se movía de un lado para otro. Todos vestían batas. Alguien gritaba órdenes desde el fondo de un pasillo. Alguien que me llamaba a mí:

-Siento anunciarle esto, señorita Sweetly. Padece Cáncer. Es un estado bastante avanzado. Dos meses, quizá tres.

El mar ya no existía. Ni las luces de Navidad. Ni la nieve. Ni los niños. Ni la húmeda arena. Sólo había cuatro paredes blancas.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada