diumenge, 25 d’abril del 2010

Castigo.

-Mírame cuando te hablo, y cállate. Sólo escúchame, ¿entiendes?

Hice lo que me ordenaba y me quedé mirándole muy fijamente a los ojos. Aquellos dos preciosos zafiros, rodeados de seda completamente pura. Aquellas preciosas joyas que tanto me llamaron la atención. Miré sus labios, carnosos y rojos, la viva imagen de las frutas del bosque. Aquellos a los que había besado tantas veces, a los que quería volver a besar. Abrió la boca para volver a ordenadrme algo y admiré su dentadura perfecta, sus dientes blancos, su aliento tan fresco. El atractivo rebosaba de cada poro de su cuerpo. Le amaba, y lo había hecho durante mucho tiempo. Seguramente, seguiría haciéndolo aunque mi cuerpo se disolviera en ácido.

-¿Lo has entendido bien?
-Eheh... no...
-¡Te dije que me escucharas! ¡No tengo que repetírtelo tantas veces!

Su mano se levantó y casi impactó contra mi mejilla. Me observó durante unos minutos, mientras yo mantenía los ojos cerrados con fuerza. No sería capaz de ver su rostro perfecto y combinarlo con el dolor de una bofetada. Prefería que me pegara, y yo no darme cuenta. Al final, tuve que separar los párpados para enfrentarme a su imagen. Y por último, notar el golpe en mi cara.

-Mírame cuando te castigo.

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