dimarts, 20 d’abril del 2010

Soledad infinita.

Es esa sensación de nuevo. Esa película semitransparente que me tapa los ojos. Esa media opacidad que no me permite ver bien. De nuevo, tengo ese presentimiento. Respiro. Mirar atrás es natural para mí. Cierro los párpados. Espero. De nuevo ese egoísmo intentando vomitar improperios. Esas palabras floridas, esa gramática excepcional, esa creatividad sin igual, esa forma de expresión. Tantas habilidades escondidas en un corazón inadecuado, de pureza dudable. Y, por encima de todo, lo que más destaca: el egocentrismo. Soy yo, aquí no hay nadie más. Camino y soy yo, pues no hay alguien más. Duermo y soy yo, porque la cama está vacía. Sueño y soy yo, ya que no es contigo. De nuevo esas réplicas: si no fueras, si no hubieras, si no hicieras, si pensaras, si... Y un grito desesperado en medio: BASTA. Más lágrimas. Podría llenar un embalse con ellas. Millones de lágrimas desperdiciadas tras una persona equivocada. Y soy yo, nadie más. Respiro. Tranquilamente, respiro. Una y otra vez. Estoy viva, aún. Cojo aire, suelto aire. Eso es lo que quiero. Entre muros de hielo estoy. Aire helado y una soledad infinita. Infinita.

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