divendres, 21 de maig del 2010

Lascivia

Las mantas eran suaves, como la seda sobre nuestra piel. El colchón era mullido como una nube calentita en nuestro personal cielo. Estaba sobre él, sobre su cuerpo. Le miraba a los ojos, muy fijamente, muy intensamente, muy apasionadamente. Amaba esa persona. Le recorría de arriba a abajo mentalmente. Mordisqueaba su cuello, tomándome mi tiempo, le besaba y le lamía. Hacía que cerrara los ojos con caricias livianas. Comía de su boca los besos más dulces que jamás soñé. Bajaba por su torso, acaramelando su moral. Me detenía en su cintura, pellizcándola ligeramente con los dientes. Le miraba, de nuevo, y veía sus ojitos cerrados sobre una pálida expresión de excitación. Cuánto tiempo estuve con él, no lo sé. Lo más que recuerdo es que el mundo se hizo etéreo. Desapareció todo para quedarme sólo con él. Fue mi hermosa fantasía hecha realidad.

Los gemidos eran mínimos. El ruído temía romper el precioso silencio que nos envolvía, la capa de tranquilidad que endulzaba nuestros cuerpos. Los gritos no superaban la garganta, dando a nacer un bajo suspiro.

Que el amor no es amor si no es locura. La lascivia forma parte de esa locura.

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