Me siento delante del piano y respiro hondo. Tengo que tocar delante de un tribunal que escogerá mi futuro. Pueden elegirme como alumna u obligarme a intentarlo otro año. Mi destino como compositora será decidido por tres personas ajenas a mí. Cierro los ojos, pues la concentración es esencial. Recuerdo todos los consejos que me han dado "La música fluye de tus dedos, haz que tus emociones se transmitan del mismo modo. Piensa en la melodía, dibújala con las teclas, perfílala con el sonido de las cuerdas". Los nervios quieren que me equivoque, me tiemblan las piernas y el sudor resbala por mis manos. Las coloco con suavidad encima del teclado, abro los ojos y preparo la entrada de la música. El romanticismo brota de la tapa abierta del piano cuando los primeros martillos golpean las cuerdas. Hago caso de las recomendaciones y comienzo a imaginar un paisaje de color "tonalidad menor". Las nubes han tapado un prado verde y la lluvia moja las piedras. Un error hace que se vean dos arbustos muertos y decoloridos. No me desanimo. Intento que salga el sol, que se alza imponente apartando el gris del cielo. La canción pasa a una tonalidad mayor y las flores se abren. Sonrío hacia mí, complacida del dibujo. La parte rápida es representada por dos conejos asustadizos cruzando el prado. Sigo con la canción y con ella aparecen más motivos: puente, río, árboles, pájaros, mariposa, lobo, naturaleza en su esencia pura. La historia no tiene ningún sentido y, sin embargo, crea un mundo de irrealidad asombrosamente hermosa. El final se deja entrever cuando una pareja aparece a la puesta del sol. El chico besa a la chica con dulzura, mientras los últimos rayos desaparecen tras un horizonte de incierta ubicación. Todo queda oscuro, la canción va a acabar. Cuatro notas faltan, representadas por silenciosas lágrimas que bajan por mis mejillas. La melodía ha fluído de la cabeza a los dedos, de los dedos al teclado, del teclado a las cuerdas, de las cuerdas al ambiente. Dejo las manos un momento más sobre el piano, inspiro y espiro para calmarme. Al cabo de unos segundos, me levanto y miro cómo el tribunal permanece callado. Se levantan de sus sillas y aplauden, conmocionados por la belleza de la canción. Me enjuago las lágrimas y mi corazón va calmándose poco a poco.
El tiempo que tengo que esperar lo paso pensando sobre la melodía que dibujé. No puedo acordarme de todos los detalles, pero tengo conciencia de que olvidé mi alrededor cuando tocaba. No puedo evitar volver a sonreír entre lágrimas. Todo un camino de profesional está en la mano de esas tres personas que han escuchado mi dibujo. Aunque los nervios no me atenazan como antes, aún me siento intraquila. Finalmente, el portavoz del tribunal me llama. Por más que intento decirme que aún no he aprobado, que aún la decisión no está tomada, me es imposible apagar el chispazo de esperanza que se dibujó a la par que la melodía. El hombre carraspea y me da la peor noticia, acompañada de un "lo siento" y un "inténtalo de nuevo el próximo año.
Ahora viene un período incierto del día. Sé que he hecho cosas, pero no las recuerdo con claridad. De lo más que consigo acordarme es de unas gotitas sobre mis ojos, sentimiento de injusticia y un dibujo roto. La llama de la esperanza se había apagado como un fuego consumido por la lluvia. Al llegar a casa, no quiero hablar con mi familia. Me siento inmediatamente delante del piano. No abro ninguna de las partituras, pues lo que quiero tocar no está escrito. Deslizo mis dedos sobre las teclas y dejo que mil pensamientos se unan en una dulce melodía que inunda todos mis sentidos. No sé cuánto tiempo paso improvisando. Termino la canción en tono menor, que significa nostalgia y tristeza. Suspiro y oigo un ruído tras de mí. Alcanzo a ver a mi madre llorando, sentada en el suelo, antes de tirarme sobre ella para ayudarla a respirar. ¿Que habrá oído?
Subscriure's a:
Comentaris del missatge (Atom)
Pels déus, m'ha agradat aquest text Ka ^^
ResponElimina