¿Sabes? El amor me lleva muchos recuerdos. No me refiero al cariño que se siente hacia una persona cuando le dices "te quiero", sino a lo que sientes de los demás. Me explicaré: cuando ves por la calle una pareja que se cogen de la mano, tomando un helado y riendo, eso me recuerda muchas cosas. Cuando leo algún texto romántico, dedicación de alguna chica "enamorada", y oigo la palabra "amor" retumbando en mi mente, creo que llego a sentir algo. Los psicólogos lo habrían nombrado "nostalgia" o "añoranza". Yo, simplemente, lo llamé "tristeza". Esas palabras que sonaban tan gélidas en mis labios podían transportar la piedra de mi corazón hacia un pasado casi olvidado.
-¡Te quiero mucho! -gritaba alguien. Quizá fuera yo, nuestras voces se parecían.
-Eres mi luna del día...
-¿Cómo? Menudo apodo más raro.
-¡Ven aquí y verás!
Los pensamientos se cortaban, parados por un dolor muy intenso. Indagar en lo olvidado siempre conlleva riesgos. Sí, ahora lo recuerdo. Yo tuve una de esas parejas a quien no tienes miedo de decirle que la quieres, porque sabes que ella te corresponderá. ¿Por qué se marchó? Ahora el mundo es pálido tras una capa de borrosas imágenes. Intenté darle la culpa a multitud de hechos, cada uno con un nombre distinto. Me escondí tras los pliegues de la ignorancia y no quise volver a salir. No veía más rostro que el de la soledad. Como una montaña de nieve que cae por la fuerza de un alud, nuestra relación se vio envuelta en una maraña de ramas y piedras puntiagudas. El tiempo pasaba, arrastrándolo todo a su paso. Por tantas veces que anhelé su corazón, tantas veces que lo perdí.
-Ahora se ve que soy mil cosas antes de ser humana, ¿te lo puedes creer? -decían mis labios.
-Yo te puse un apodo...
-Está grabado sobre mi piel. -respondí tajantemente.
Reconocí ese diálogo como mío. Ésas eran mis palabras, y las otras, las de mi pareja. El apodo quedó marcado sobre mí, como si lo hubieran hecho con hierro candente. Me producía mucho dolor y también una agradable sensación de que lo que había ocurrido no era un sueño. Redimir las culpas nunca es sencillo. Busqué consuelo entre los insondables valles del olvido. Ni siquiera ahora soy capaz de sacar fuerzas para enfrentarme a la verdad. Me escondí demasiado tiempo de esa realidad tan certera, causante de la agonía producida por mil alfieres envenenados clavados en mi corazón.
Sigo viendo aquellas parejas caminando por la calle. He olvidado la sensación de amar. Qué triste, ¿no?
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