dissabte, 19 de desembre del 2009

Seasons.

Transmitir sensaciones nunca fue un trabajo fácil. Te sientas delante del ordenador o tomas lápiz y papel. Mentalmente, te formas una idea de lo que quieres escribir. Vomitas sobre la hoja todo lo que quieres decir. Haces frases que contienen palabras bonitas. Camuflas ideas con sentimientos. La gente lo lee y agrada. A veces se sorprende, otras sólo lo leen por condescendencia. De vez en cuando, uno de estos escritores engancha al público. Algo, su escritura o sus ideas, encanta. Comienza a ser buscado, pedido, reclamado. Sus obras agradan, quieren más. No les basta con un libro. Buscan reflexionar submergiéndose en las olas de palabras. Nadan entre las letras como si éstas pudieran apartarlos de la realidad. El escritor se plantea qué hace en el mundo. Si escribe y agrada... debería bastar.


-Usted escribe realmente bien. De verdad, no es por ser... ¿cómo lo llamó en el texto?
-Condescendiente.
-Exacto, pues no es por ser condesentiende. Me impresiona su forma de ver el mundo.
-Condescendiente.
-¿Perdone? Le dije que no quería parecerlo.
-Te has equivocado. Has dicho "condesentiende" y es "condescendiente".
-Ah, vale. Gracias.

Se fue. El chico parecía decepcionado con nuestra charla. Yo también lo estaba. ¿Cómo era posible que se equivocara en una palabra tan sencilla? Ni que le hiciera decir "supercalifragilísticoespialidoso", "otorrinolaringología" o "anticonstitucionalmente". Era una palabra sencilla, pero el chico no la había sabido decir. Genial, estoy rodeada de estúpidos. Juzgar los escritos para mí era duro. Apenas uno de cada diez pasaba la gran prueba que yo misma imponía. Me parecían ridículas mis ideas, propias de la juventut. Pero ver los demás, incapaces de decir "condescendencia" correctamente, me hacía que me planteara el mundo desde otras perspectivas.

A veces, me daba la sensación de querer desaparecer. Me encantaba la escritura pero... me superaba. Mis escritos eran valorados como si fueran tesoros. Plasmar mis ideas sobre un papel y saber que alguien iba a juzgarlas como si supiera mucho, no me gustaba nada. Siempre había compuesto versos y largos textos que impresionaban a mis profesores. Pero en cuanto sabía que alguien iba a valorarlos, disminuía el nivel. La presión me mataba. Ahora era famosa, por desgracia, alguien me convenció para que publicara una de mis obras. Maldita sea, ¿por qué le hice caso? Ah, claro, ya lo recuerdo: amo a esa persona. Mi mayor preocupación en estos tiempos era poder sacar otro libro y que la gente me dejara en paz. Recibía llamadas telefónicas de fans locos que me pedían mi "secreto". Ya, pues siempre me quedó una duda en esas conversaciones. ¿Tenía un "secreto"? ¿Para escribir bien hace falta eso? A mí no.

Mi corazón me dictaba las palabras que los dedos iban escribiendo. Toda la sencillez de las frases para los demás no era obvia. Transmitía sentimientos con letras. Hice que vivieran en un mundo antinatural e irreal. ¿Quién se iba a creer que una niña de once años podía viajar al mundo de las Maravillas? Pues bien que se creyeron a Carroll. Las imbecilidades subrealistas me daban rabia. ¡Coño, que esa niña nunca existió!

Y así, odiando a los de mi especie, me convertí en otro objeto de publicidad. Mi voluntad desapareció hasta verse corrompida por el dinero. Me entregué a la lascivia de los programas del corazón. ¿Y ahora qué? Venga, dime que me odias.

1 comentari:

  1. Ka, m'agrada molt el text. Els problemes dels escriptors >.<

    Gràcies per escriure aquest post.

    Salut!

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