Un cielo borroso se ve a lo lejos. Los nubarrones lo cubren, tiñendo de negro el cambiente. Desde la ventana se ve una única imagen: desolación. Las tumbas lo cubren todo, la muerte devasta los campos. Las pesadillas más lúgubres se hacen realidad sobre la piel podrida de los pueblerinos. Algo, quizá una batalla, quizá una catástrofe, ha marcado el fin de su tiempo. El egoísmo en todo esto. "Por una vez, no pasará nada" ; "¿Por qué no? A mí no me puede pasar nada malo" ; "Bueno, ya lo arreglarán los demás" ; "Quizá podría arreglarlo pero... ya lo hará otro" ; "Eh, cariño, no te preocupes. Se solucionará". Miles de frases. Miles de palabras. Miles de expresiones. Miles de vidas. Miles de preocupaciones. Miles de sueños. Miles de pesadillas. Miles de muertes. Miles de cadáveres. Y ya está, no se moverán más. Se acabó. ¿Qué puedes ver ahora? Critica, exige, miente, hiere, ¿duele? Esas risas, esos cantos. Todo. ¿No se le ve el sentido? Es egoísmo. Cuántas veces lo dije. ¿Cuántas? Ahora sólo contemplo esto desde la ventana: muerte. Mi habitación es un punto de luz entre tanta oscuridad. Acudiréis a mí como moscas al fuego. Y quedaréis atrapado en él. Fuera. Sin más. ¿Cuántas veces lo dije?
Me ceñiré la camisa, desde mis paredes acolchadas, mi casa esterilizada, mi mundo de paz inexistente, mi vida controlada. Sí, venid.
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