dijous, 18 de març del 2010

A punto.

Todo un mundo de sonidos: gritos, susurros, lloriqueos, apavientos nerviosos, palabras tranquilas, respiraciones agitadas. Al principio oigo una gran gama de ruídos, como un ecosistema y luego, lentamente, se funden todos en un uno solo. Me golpea las orejas y hace que me dé dolor de cabeza. Abro los ojos, para contemplar el gran escenario, y la visión me deja aturdida: dos mil personas juntas, sentadas en las gradas, esperando a que comience la prueba. Vuelvo a cerrar los ojos y me da la sensación de que el griterío incrementa. Una potente voz suena desde un megáfono colocado en el centro del escenario y nos da la bienvenida, nos explica las pruebas y nos da las gracias. Susurro un "de nada" en voz baja. Los encargados que se paseaban tranquilamente de fila en fila comienzan una rápida tarea de repartición de hojas. Los nervios incrementan aunque por fuera soy una máscara de indiferencia. Siento el papel rozar mis dedos y tengo una vaga conciencia de agradecer e intentar concentrarme. Miro al frente y de golpe, me doy cuenta de que no oigo nada. Ni una mosca. Ni una respiración. Ni siquiera el fregar del bolígrafo sobre el papel. Nada. Oteo las sillas y veo a todo el mundo leyendo, algunos fingiendo leer. Concentración. A contraluz se pueden ver rayos de inteligencia traspasar. Ha empezado. Estamos dentro del examen. Ahora es jugar o morir. Vencer o morir. Salir o morir. La prueba ha comenzado y no hay escapatoria. A punto.

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