Con un par de zancadas llego al banco de piedra y me siento en él. Está húmedo y frío, así que empiezo a congelarme el culo mientras me acomodo todo lo posible. Me pongo en posición fetal e intento mantener las manos calientes. La lluvia del día anterior ha dejado pequeñas gotas que se asemejan a perlas sucias. La calle, en la lejanía, está muy concurrida por coches y peatones. El parque, delante de mí, aparenta tranquilidad. Paso media hora distraída, fijándome sólo en los pájaros que pasan de largo y el viento que mece los árboles. He venido a buscar respuestas a tantas preguntas que tengo. Vine a reflexionar y extraer conclusiones. Quiero algo, pero debo actuar y acarrear con las consecuencias.
Al cabo de cinco minutos más, una pareja se sienta en la hierba más cercana a mí. No reparan en mi presencia, así que aprovecho para observarles. Son jóvenes, quizá de mi edad o un poco mayores. Aún así, adolescentes. El chico abraza dulcemente a su novia mientras ella le susurra cosas al oído. Ambos se ríen. De pronto, esas gotas ya no me parecen joyas sucias, sino luces de adorno. El ambiente ya no me parece frío y distante, sino cálido e introvertido. A su alrededor parece que se ha formado una capa de cariño, un color rosado que se deja ver si te fijas mucho, o si caes en la trampa de la locura. Sí, se están riendo, se lo están pasando bien, se quieren. Oigo cómo ella va a decirle "te quiero" mientras que él le tapa la boca con un beso, dejando las palabras a medias. Mi espionaje se ha hecho completamente evidente y me extraño de que no se den cuenta. ¿Cómo van a darse cuenta? Han creado un mundo juntos. Una unidad para ellos y nadie más.
Aparto la vista, dolida y agradecida por la visión. La calle vuelve a parecerme lúgubre y superficial, el parque tiene ese aire a melancolía. Mi asiento me parece más frío que nunca y me arrepiento de haber venido aquí. Ni me doy cuenta cuando el sol comienza a ponerse y obsequia el rocío con un color dorado. Cierro los ojos y pienso en esos dos jóvenes, en su calor, en su capacidad para convertir un día lluvioso en soleado. Todavía no he tomado la decisión pertinente. Al cabo de unos minutos, abro de nuevo los ojos para encontrarme a la pareja delante de mí. Me asusto, pongo mala cara y suelto un sonoro bufido.
-Perdona, ¿te pasa algo? .-me pregunta amablemente él.
-Sí, te vimos llorar y nos preocupamos.- dice con sencillez ella.
Me quedo pensando en si contestarles mal e irme o agradecerles el hecho. No me gusta que se metan en mi vida, sin embargo, ellos me han ayudado. Ahora me han ayudado. Mientras esperan mi respuesta, él la rodea por la cintura y parece darle apoyo.
-No. Es decir, sí, me pasa algo. Pero no es de vuestra incumbencia -sonrío- ahora me habéis ayudado, y mucho. Gracias.- asiento con la cabeza, me bajo del banco y me voy.
Veo cómo se quedan mirándome, mientras yo me despido con la mano. Ahora sí. Ya he tomado una decisión.
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