dimarts, 23 de març del 2010
Nada.
Mirar a lo profundo de un lago, creando ondas con el aliento, y ver cómo la imagen desaparece, dejando un leve rastro de existencia. Sentir el agua helada tocando tus dedos mientras el pelo se hunde lenta pero inexorablemente en el líquido azul. Notar cómo todos tus sentidos se funden como la tierra y la lluvia, y ver el barro resultante de tal mezcla. Comprobar cómo el frío sube por tu nariz y te moja la cara. Ver bajo el linfa, con mirada vítrea. Dejar que el agua alcance el cuello, humedeciendo la piel y estremeciendo el cuerpo. Sumergirse hasta la cintura. Dejarse caer, completamente, mientras el fluido avanza por tus piernas y se para en tus pies. Estar dentro del lago. Vivir en el charco. Nadar en la inmensidad. Abrir los ojos y no existir. Desaparecer todo. Levantar la cabeza, mirar a un lado y a otro, y no ver a nadie ni nada. Ponerse de pie, andar un trecho y no encontrar a nadie ni a nada. Sentarse y no notar ningún contacto. Todo negro. Todo invisible. No sentir ninguna emoción. Estar consciente sin ser consciente. Levantar las manos y no alcanzar a nada. No respirar. No bombear sangre. No parpadear. No pensar. Nada. Muerte.
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La muerte es un eterno sueño, pero hasta entonces hay que disfrutar de los que nos ofrece la vida.
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